PEDRO CABALLERO​

Pulpo al horno

Vendimia, del latín vindemia

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Yecla nos recibe con tarde cálida y apenas asoma ningún color que identifiquemos como otoñal. Parece ser que los veranos se alargan y, si bien para ir a la feria, de noche, hay que echarse una manguica por encima, el “centro del día” todavía es veraniego. En las carreteras que circundan los campos del altiplano hacen pausa en su plaga los conejos. Los que suelen saltar al camino se esconden, y dejan paso al trasiego de remolques cargados de uva. Casi toda monastrell, claro.

Es septiembre y estamos en plena cosecha de la uva. La vendimia, vamos, palabra que evoca mucho más. Cómo habrá sido el peso del vino y su mundo en nuestra cultura que hasta la recolección de este fruto tiene nombre propio. El resto de frutas se cosecha, pero para el proceso de la uva vinícola ya los romanos dedicaron una palabra en latín para ese momento en el que se arranca el fruto de la vid.

Como un triángulo obtuso de amplísima base se extiende, queriendo abrazar viñedos, la Bodega Barahonda, una ilusión compartida por dos personas que vienen de varias generaciones familiares inmersas en vino. La bodega del abuelo se mantiene en el comercio en el centro del pueblo, pero los hermanos Candela quisieron dar una vuelta de tuerca en su cultura del vino. Una apuesta de siglo XXI. Apuesta cara y para producir desvelos, pero ¿qué apuesta sin riesgo puede dar grandes satisfacciones?

Sería deseable que muchas más bodegas fueran visitables y si se pueden visitar es que miman mucho todos los detalles. Visitar es ver, oír y, en este caso, también oler. Se siente un intenso y agradable olor al mosto. Si además de visita se puede hacer una comida digna de las mejores referencias gastronómicas, la experiencia es completa. Y es que los Candela subieron la apuesta y se lanzaron a poner un referente culinario más en el mapa, y hacer de Yecla un lugar al que ir a comer, con una proposición moderna y de cierto riesgo. Resultado excepcional.

Son un ejemplo más de los bodegueros y productores independientes de nuestra tierra que, con un punto soñador y romántico, se han tomado el éxito y reconocimiento de la uva monastrell como un estandarte tras el cual luchar ante cualquier ejército vinatero, nacional o internacional. Gente que está creando maravillas en la zona de Yecla, de Jumilla o en la del Noroeste… O en las tres, como es el caso de Pedro Martínez, el que fuera precoz Nariz de Oro nacional.

La tradición es buena, pero por qué no valerse de los avances técnicos para conseguir un producto mejor y domar así esas temperaturas de nuestros eternos veranos para controlar las fermentaciones y conseguir de la uva un producto más fino y elegante. Dominar el calor, aquel hándicap de un clima que, por otra parte, nos salvó de la pandemia de filoxera de hace siglo y medio porque el bicho no aguantaba algo tan seco. Eso nos permite el lujo de disfrutar de unas viñas de pie franco como no quedaron en Europa. No hay mal que por bien no venga. Haced de la necesidad virtud.

La vida del agricultor es puro desasosiego: mirando al cielo, al suelo, a las plagas, al mercado… Pero el productor de vino no es solo agricultor, además se le suma tras el ciclo agrícola otra etapa de desasosiego mayor, la de la evolución del vino. Aun así, entre el ruido de las máquinas que despalillan los racimos antes de pasar a las cubas de prensado, nos comenta Alfredo Candela que le decía un sumiller: “los que trabajáis en bodega siempre estáis sonriendo”. Ni confirma ni desmiente.

Compartir con

Scroll al inicio
Recibe la newsletter de
The Gastro Times en tu correo
Ir al contenido