PEDRO CABALLERO​

Pulpo al horno

Rituales

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Entre los prescriptores a los que solicité recomendaciones de sitios para una visita a Guipúzcoa, me apuntaba Mic Rocamora, experto en ‘dolce vita’, además de su listado, un rito. Dice que en San Sebastián se empieza a comer con “el ángelus”: con un whisky de malta a las 12:30 (error de horario litúrgico perdonable pues él no es católico, sino calvinista, de la rama suiza). Si hay algo que me gusta, más que comer, es un ritual bien hecho. Así que, aprovechando esa media hora de retraso, que lo hace más decente, seguí su indicación y me planté en el salón con vistas a La Concha del Hotel Londres a por ese aperitivo para abrir píloro antes de que ondeara mi paraguas entre el Néstor, el Bar Sport, Casa Urola o el Bordaberri… No sé si queda algún Donostiarra o los fines de semana huyen, pues solo oía turistas extranjeros, principalmente gabachos. Eso sí, el nivel de los pinchos no era categoría turista, al menos de momento.

Los rituales son aquello que nos hace humanos. Todos los tenemos a nivel individual: en la mesa, en el cuarto de baño… Y, sobre todo, a nivel comunidad. Porque son momentos en donde se condensa y se simboliza la cultura, que nos ayuda a entender la realidad, así como a contar el paso del tiempo. La antropología explica los rituales como “expresiones culturales que manifiestan modos diversos de entender y explicar la vida”.

Explicar la vida. De crío iba con mi padre a La Condomina a ver al Real Murcia. Subíamos la cuestecilla que daba acceso a tribuna, donde te recibía una barrita de cafetería. Allí nos esperaba don Antonio Carrelón. Pedían un carajillo, de anís o de coñac, que servían en un minúsculo vaso de plástico, con un palito para remover. Después de darle vueltas mi padre me daba a chupar el palito, que había quedado aromatizado. Comenzaba así el ritual de ver el fútbol. Esos rituales te atornillan al suelo, echan raíces y crean sentimientos.

Tampoco hay que meterse, si no se es estudioso del tema o masoquista, en sesudas interpretaciones antropológicas. Ni leer a Durkheim, autoridad en la materia, para observar la sucesión de rituales que tenemos a diario. Exprimir medio limón sobre el pulpo al horno a modo de cítrica bendición. Y es que el tema gastronómico se presta mucho al ritual, cuando no es parte esencial del mismo. Así decimos que todo lo celebramos comiendo y bebiendo. Uno no queda con toda la familia para andar por el Malecón sino para sentarse a comer, y uno no queda con los amigos para ir a la biblioteca o para caminar al trabajo sino para ir de cañas. Después de una boda, comida. Tras un entierro, alboroque.

El desayuno es el ritual diario más tempranero. Cuando había periódicos en las cafeterías, la gente iba a desayunar al bar y se pedía un manchado (de condensada, se entiende) si se era de oficina o de trabajo intelectual, o un belmonte (lo mismo, pero con chorro) si se era de intemperie o de trabajo físico. Lo de pedir es un decir, pues como era ritual, los barmans de antes sabían lo que tomaba cada cliente y lo iba preparando en cuanto entraban por la puerta. Se enganchaba la prensa y se abría por la página de las esquelas. Después, unas horicas de productividad hispana y el ritual del almuerzo… Y así iban pasando los días.

Hay rituales que marcan especialmente el paso del tiempo. Esa convención social que son los años los recibimos comiendo uvas y brindando. Tras la fiesta de toda la noche la gente se va a comer churros. Hubo una época en la que nosotros nos íbamos directamente a Zaher y enganchábamos, a base de pasteles de carne y aceitunas partías con la hora del almuerzo de ese día 1.

Hay ritos modernos. Los sábados se puede escurrir medio limón, a modo de cítrica bendición, sobre unos trozos de pulpo al horno en el Candilejas, comer después algo serio por los alrededores del Mercado de Correos y luego entrar a El Invernadero a hacer observación sobre los rituales de apareamiento.

Si volvemos a lo académico, dice Malinowski que los rituales representan los deseos y alivian las tensiones psicológicas surgidas de las problemáticas insolubles de la existencia. ¡Toma ya! ¿Cómo no va a aliviar la problemática de la existencia una cebolla con anchoa y vermú del Luis de la Rosario un Lunes Santo?

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