MAMEN NAVARRETE

Barra Libre

Mr. Darcy

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

El cine nos ha dado momentazos en forma de fotogramas que la retina graba para la eternidad. Yo tengo muchos pero hay uno que especialmente revivo y revivo casualmente paseando por Alfonso X el Sabio en la ciudad de Murcia. Realizo ese paseo de forma habitual y no hay día en que no imagine a Mr. Darcy viniendo hacia mí, con la levita al viento entre la niebla de la madrugada y con el pecho medio descubierto y la mirada clavada en mi como si fuese el manjar más exquisito del planeta.

En el final de Orgullo y Prejuicio de 2005 dirigida por Joe Wright, el actor de mirada lánguida Matthew Macfadyen, protagoniza un final de “película” con una escena de divino de la muerte, que marca la tendencia de lo que a muchas nos gustaría vivir algún día. Ese tipo no especialmente sexy pero si atractivo de dulce, apareciendo con la levita flotando en el aire y viniendo directamente hacia mi a decirme con la mirada lo mucho que le pongo y que desea compartir conmigo el amor eterno. Siempre viví ese momento final de la película con especial babeo mental y físico.

¡Por favor, más hombres con levita abierta por el mundo!

El caso es que hasta ahí, ni el actor ni el personaje son para tirar cohetes, la novela de Jane Austen contaba todo lo que en la época se estilaba, los amores reprimidos y los tejemanejes del amor en una sociedad encorsetada y nefasta para la mujer rebelde. A mi la película en general me gusta y me distrae, como esa protagonista la famosa señorita Elizabeth «Lizzy» Bennet que nunca se alimenta, vive, literalmente, del aire y tiene la frescura de los páramos ingleses. Nunca tiene frío pese a los gélidos amaneceres y las nieblas matutinas, la chica se alimenta de la llama de la pasión.

No es la primera película en la que me planteo eso de que bien llevan la finas telas y los suaves velos sobre la piel con la humedad de Inglaterra. Yo que estaría pegada al breakfast tea a todas horas, no podría salir a retozar por los páramos y las verdes campiñas sin un caldo de gallina en el cuerpo o varios bocatas de algo graso. Por lo general estas protagonistas no se alimentan, ni se calientan. Eso de salir medio desnudas por muy romántico que sea a mi me da sensación de irrealidad permanente. Con un buen tazón de té negro yo podría empezar a pensar en poner un pie en la campiña inglesa, o darme una vuelta por la terracita del casoplón de Mr. Darcy.

El caso es que si apareciera el Darcy murciano por el tontódromo, yo tendría una reacción contradictoria, entre tomarme un té calentito tradicional en Sirvent o llevármelo al Moderno a ver si con unos copones de tardeo aclaramos la situación.

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