PEDRO CABALLERO​

Pulpo al horno

Las últimas migas

Redacción 'The Gastro Times'

Esta semana, un mayo que empezó marceando nos regaló las últimas lluvias… hasta no sabemos cuándo. Eso hizo que pudiéramos disfrutar de las últimas migas… hasta no sabemos cuándo. Y es que ya se sabe que en día de lluvia nos viene a la mente la posibilidad de comer migas. Esta relación causa-efecto no es exclusiva del sureste y se da en otros lugares de España, siendo las migas la única elaboración asociada a un fenómeno atmosférico concreto y no a una estación o a un clima.

Cada familia ha tenido su propia tradición miguera, normalmente en peso de importancia inversamente proporcional a las generaciones que lleve la familia siendo urbanita. Y es que su origen se asocia al ámbito rural, a comida energética de labor, aunque se adoptara hace mucho en las ciudades y sean todavía muchos los mesones, bares y tascas que van a apalancar una sartená de migas en la barra el día que ha amanecido torcido. Pero, como comida casera, es en el ámbito familiar donde se forjan las condiciones miguiles: que si en mi casa se comen con uva, que si en la mía con naranja… La abuela ha sido la pieza clave en esto. Probablemente, las últimas mejores migas que se coma uno son las que le hizo su abuela, su tía abuela, su abuelo de campo, su tío abuelo cazador…

En mi caso, cada vez que como migas no puedo evitar acordarme de mi abuela Pepa, que las dominaba. No recuerdo el día, pero cuando me hiciera las últimas migas, fue el día que comí mis últimas mejores migas. Aún la visualizo con un pañuelo envolviendo su mano derecha para que no le dañara la rasera (de hierro y acabada en borde plano) en la ardua tarea de obrar el milagro de la transfiguración de la masa, blanca y amorfa en pequeñas bolitas de un dorado grisáceo.

Si el día salía lluvioso sonaba el teléfono de casa por la mañana, antes de ir a la escuela. “Pedro, la abuela que te vayas a su casa a comer cuando salgas”. Y aprovechaba que, en las temporadas que ella pasaba en Murcia, vivía a sólo cruzar una calle desde mi colegio. Llegaba a tiempo de los últimos volteos y aprovechaba, hambriento e impaciente, el desparrame de alguna miga por los bordes de la sartén para ir haciendo la cata.

Ella practicaba la miga del noroeste, concretamente de Cehegín, que puede contener asadura, además de las típicas chacinas. Mi abuela le incluía tacos de magra o, directamente, costillejas (las mismas que se usarían para el arroz). Las migas esponjosas y justas de aceite permitiendo pasar el resto de la jornada cómodo, no en vano, en tiempos fueron desayunos para días de labranza. Una vez me hizo, como cosa curiosa, migas de panizo (maíz, en castellano) que eran a las que se recurría en tiempos de guerra y hambre, cuando no se podía disponer de harina fina de trigo. Por eso quizás la gente las tenían denostadas. Reconozco que se pegaban al gaznate y no eran tan fáciles de pasar (con una sartén de esas se podría aplicar aquello de “dadme un punto de apoyo y me bebo Jumilla”), pero cuando las he intentado repetir, años después, he encontrado unos interesantes matices, sobre todo en la parte más tostada, a palomitas y a las tortas que nos ha traído la incursión de la comida iberoamericana.

Pero es que, siendo una cosa tan parecida en todas partes puede variar mucho de una casa a otra. El arriba firmante amarra el resultado, como equipo italiano, preparando la masa en recipiente aparte con cantidades apropiadas de agua y harina. Luego están los incautos. A lo loco. Jugándose el todo por el todo y la manduca de doce comensales. Mi amigo José Carlos, tan calculador en su arquitectónica carrera como frívolo a la hora de militar en los que echan el aceite y agua en la sartén y van añadiendo la harina. ¡Y luego salen! Ea, los de Pliego son así.

Murcianas, manchegas, extremeñas, aragonesas, castellanas, granadinas, ruleras, gachasmigas, de pastor, de harina, de pan, con carne, con sardina y boquerón, con cebolletas, con ajos tiernos, con ñora, con pimentón… ¿No les está lloviendo en la boca? ¿No están deseando que llueva?

Hace unos años que estreché lazos con el ser humano extremeño, donde hacer la masa de harina previa es totalmente desconocido. “¡¿Migas de harina?!” salía de caras perplejas. Siempre tuve las migas de pan como de segunda, hijas de un dios miguero menor, desprovistas de toda la épica que supone el conseguir la miga a base de fuego y brazo. Pero he de confesar, ahora que no nos lee nadie, que cada vez son más habituales en casa. Muy resultonas, rapidísimas, y muy ricas si se cuenta con un buen pan y buen pimentón. Y para estos tiempos de ir a lo fácil y rápido son unas buenas migas para competir contra la inteligencia artificial. No vaya a ser que le dé por las migas también…

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