PEDRO CABALLERO​

Pulpo al horno

La semana de diez días

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Dado por terminado el invierno, me doy cuenta de que debería haber más naranjos plantados en Murcia. Hay, pero quiero más. Recorrer una calle o estar sentado en una plaza donde ha roto el azahar es una de las sensaciones olfativas que más me gusta. No sólo es el olor, seguramente también es lo que evoca. Un olor pregonero que anuncia unos días festivos en los que la ciudad desnuda tanto su alma como sus bajas pasiones.

Se llama Semana Santa porque, en teoría, es una semana. De domingo a domingo. Pero no: en Murcia la “semana” de pasión dura diez días. ¡Alto! No aparte la vista ni cambie de pantalla el ateo, el anticlerical o al que le aburren las procesiones, que esto no va de eso. Esta columna no es soflama folclórica ni dogma de fe, sino que pretende dar una visión (totalmente sesgada y subjetiva) de dónde y cómo disfrutar cada día, en un punto clave, de una ciudad que bulle, con la primavera como cómplice. Por si a alguien le sirve para algo…

No es preciso sentimiento religioso para que te llegue al alma una pavía de bacalao, escuchar de fondo una marcha pasional, saborear una pastilla de caramelo o que te llegue olor a incienso mientras redobla un tambor de burla.
Y es que esa es la forma de vivir esta semana de diez días por este rincón del sureste, donde se lamenta el sacrificio al mismo tiempo que se festeja. Estímulo de los sentidos. Respeto y alegría, todo es un mézclum.

Esta semana empieza en viernes. Viernes de Dolores. Quien quede a comer en El Amarre, la fabulosa cervecería (¡qué palabra!) de la Plaza Mayor, podrá seguir a rajatabla el duro sacrificio cuaresmal de dejar el morcón a un lado y obligarse a subsistir a base de los magníficos pescados y bigotes varios que gasta allí Chema Requena. A poco que se alargue la sobremesa ya estará oyendo sones de bandas y un enjambre de túnicas azul corinto se irán arremolinando junto a la terraza, pues de San Nicolás sale, a media tarde, el primer desfile.

El Sábado de Pasión me pondría en Belluga, plaza que hierve cualquier sábado, pero ese más, por donde desfilan cofradías esa tarde. Y un “traslado” de arte pues es ocasión de ver al impresionante Jesús de la Merced (de Salzillo padre) encontrarse con su madre dolorosa (de Salzillo hijo). Después, hacerse un hueco (usando codos) en la barra de Los Zagales. Taberna de solera donde las haya, para rematar la jornada con un “pedrito Pérez” (pulga de tortilla de patatas, anchoa y ajo –alioli-) y un Jumilla.

No se alargue la cosa, que el tercer día de esta semana de diez hay que estar fresco para ir de cañas a la Plaza de Las Flores y a San Pedro. Hay que ir guapo: “Domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos”. Manos hacen falta dos para comerse una marinera: una sostiene la rosquilla y otra la caña. Que el crujir de la tapa murciana por excelencia en el Fénix marque el compás de un alegre pasodoble de la “convocatoria” del día siguiente. Obligada entrada al templo, que ese día es museo, para ver las joyas que expone la Esperanza y, justo al salir, hacer estación de penitencia en el Gran Rhin, acaso la mejor barra de la ciudad.

¡Qué decir de Lunes Santo! si necesito una columna sólo para este día. Se hará. De momento, solo decir besapié, Perdón, cebolla con anchoa y vermú granizado. Es el sabor de la jornada más castiza. Volver a oír a Pedro sus guasas en Luis de La Rosario cuando las fuerzas vivas, locales y regionales, hayan terminado allí el ritual anual. Rematar en la ventana del Guinea y un belmonte en el Café Oriente antes de ir a ponerse las enaguas para volver a San Antolín.

El silencio del Martes Santo por la noche tiene una magia especial. Me gustaba esperar el encuentro final del Rescate y oír las saetas con un platico de jamón en la muerta y no resucitada taberna de La Parranda, en el lateral de la plaza de San Juan. Ya no está, pero sigue estando su madre, la Parranda “grande” y todos los demás sitios de categoría que blindan la plaza.

Momento curioso en Miércoles Santo cuando se juntan centenares de personas (en sorprendente demostración de la liminalidad de estos días) a media mañana ejerciendo un ancestral absentismo laboral en plena jornada. Todo para ver un pequeño desfile con un recorrido de poco más de cien metros. Pero es que es el traslado de Jesús. El Señor de Murcia. Terminado, pistoletazo de salida para hacerse sitio en La Viuda y disfrutar de otro clásico y de su tremendo productazo de mercado. Con eso se aguanta hasta pillar un pastelico de carne para pasar la tarde colorá.

Solo queda Jueves Santo de aquellos tres jueves del año “que relucen más que el sol”. Al sol de la mañana tostadica y cortao en el Café del Arco, que pasa por delante el impresionante Cristo salzillesco de Santa Clara la Real conducido por Jose Ramón “Gourmet” en traslado a San Bartolomé.

Si hay una mañana de Murcia es la de Viernes Santo. Patrimonio inmaterial. Es la secular fiesta mayor en el alma de esta ciudad. He probado de todo: Mesón Romea, Pulpito, Mesón Las Flores… Salpicando puntos del recorrido de Los Salzillos desde que veo su tempranera salida. Momento mágico. Últimamente me inclino por verla hacia el final y luego intentar tapear en las barras externas de los alrededores de San Agustín. Mesón Taurino o Arroces de los Nueve Pisos no son mala opción.

Si eres murciano céntrico ortodoxo, el viernes acabó tu Semana Santa y se te abre el camino para el éxodo playero. Si eliges pasar a la página siguiente, te plantas en el Sábado de Gloria que se merece una buena cena en el Demo. Lo frecuento menos de lo que me gustaría, pero cada vez que voy salgo encantado con la propuesta. Buena carta de vinos también que, a los pies de la catedral, se agradece.

Después de tanta penitencia toca celebrar la vida. La explosión de la primavera. Es Domingo de Resurrección y toca, sí o sí, comer morcilla y arroz con conejo. ¡Han abierto “las barracas”! (Y lo que se viene después…)

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