PEDRO CABALLERO​

Pulpo al horno

Loa al pastel de carne

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Almuerzo del huertano, tentempié del sardinero, nutrición del hachonero, alivio del que espera paciente la procesión, festín de amigas viudas, merienda del tercer toro, bocado en La Condomina esperando que llegue el gol, cena de festivalero, desayuno del trasnochador, anhelo en la romería, capricho del currante, lunch del oficinista, final dominical, sustento del estudiante.

Es llegar estos días y pensar en pastel de carne. No porque la cuaresma lo vetara y fuera plato típico de la pascua, (como sus primos castellanos, hornazo de Salamanca, por ejemplo), ya que nuestro pastel goza de bula social. Sino porque creo que, en estas fechas de tantos eventos en Murcia, su consumo se dispara. Y es que su formato lo hace ideal para tomar en barra, en casa o en una silla alquilada en la calle. Pocas comidas más prácticas para realizar en cualquier sitio. Así que, como creo que este año no hay homenaje oficial (como solía hacerse en esta semana) a la murciana delicatesen, vayan estas líneas en acto de desagravio.

Según se dice, al igual que el resto de su familia, esta suerte de empanada de carne hunde sus orígenes en la época medieval. Imaginemos algo parecido al actual, quitando alguna especia del guiso y el color rojizo del chorizo, que al venir del pimentón no llegaría hasta que volvieran del viaje los conquistadores y le diera a los monjes jerónimos por cultivar… Lo que lo hace el más peculiar, elegante, crujiente y sabroso de los “hornazos” españoles es su genial cúpula de hojaldre explosivo. Eso, junto a que sea de ternera y no de cerdo como los demás, le da el toque moruno, que tanto impregnó esta tierra. Sería así hasta que, en épocas ya reconquistadas, algún puñetero le metiera una rodaja de chorizo para ver qué vecino, con sospechoso pasado moro o judío, ponía mala cara porque no se había convertido de verdad. Sea como fuere, al final nos fuimos convirtiendo todos a este manjar y, mientras en el resto de la península se fue extinguiendo, en este rincón permaneció hasta erigirse en símbolo local. Cómo estará considerado genuinamente de aquí que, hasta en la ciudad donde dicen que lo inventan todo, lo llaman “pastel murciano”. Poca broma.

Tan serio es el asunto que hasta la corona de Carlos II interviene, a finales del siglo XVII, en unas ordenanzas para regular la elaboración. Es decir, que un par de siglos antes de que, en el puerto de Nueva York, se les ocurriera a unos marineros alemanes meter un filete de Hamburgo entre dos panes, aquí ya andábamos regulando la primera fast food. ¡Cómete esa!

¿Que cuáles son los mejores? Para gustos, tantos como consumidores. En la liga murciana del pastel no hay segunda división, todos juegan en primera y es difícil ser el mejor. También existe la Champions: Jesús y demás Espinosas, Zaher, Bonache, Roses… y ojo con las pedanías, que los hacen de postín, en El Palmar o en Casillas y en Churra, en Agustín. Perdonen los que no nombre, seguro que inmerecido, pero uno es el bagaje de lo que más ha conocido.

Yo, si estuviera en Gran Vía esperando algún desfile, y los zagales, hambrientos y folloneros, se revuelven en la tribuna, me acercaba al Horno de Belluga, y por no oír más a los críos, les compraba pastelicos, que bien los alimente y los mantenga calladicos.

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