Situada junto al fuego, avivándolo o removiendo con un palo una sopa inconcreta. Así se nos dibuja en el imaginario colectivo a la primera mujer, símbolo de la nutrición, del conocimiento en el manejo de los alimentos, de la alquimia en sus mezclas y de su justa distribución.
La tradición, que es una especie de masa de hojaldre compuesta de muchas capas como la antropológica, la histórica y con toque ‘occidentrista’ ligada a base de manteca de romanticismo nos ha situado a las mujeres ahí, junto al fuego del hogar (por cierto conceptos que etimológicamente significan lo mismo) ocupadas por el contenido de la marmita y por ello de la perpetuación.
Independientemente del sesgo patriarcal de este símbolo mujer-fuego-alimentación, lo cierto es que existe una historia del conocimiento, el arte y el cuidado y la economía íntimamente ligada a la mujer y a los fogones que va desde las pequeñas cocinas romanas situadas en el atrio, a las dependencias de palacio alejadas de los grandes salones, desde la preparación de la humilde sopa de cebolla en postguerra al deleite seductor de las mil y una noches.
Hay una historia gastronómica soterrada, escrita con nombres de mujer y a base de sus manos, mujeres creadoras y primeros pilares de lo que hoy denominamos alta cocina, que como casi todo ‘lo alto’ sustenta sus cimientos en un pedestal férreo y discreto configurado por muchas ‘invisibles’ que lo sustentan.
Desde 1931 que se instauraron las ‘tres Estrellas Michelin’ hasta el día de hoy, tan solo 13 mujeres ostentan este galardón internacional, y solo 11 restaurantes, de los 119 con esta condecoración posee una jefa de cocina, en el caso de España y con al menos una estrella Michelin hay 271 restaurantes y sólo 19 tienen una mujer como chef a la cabeza. El techo de cristal es tan amplio que tapa y tapona incluso habiendo fuego de por medio.
Afortunadamente, afloran en la historia soterrada de las mujeres en la gastronomía nombres propios, miradas solidas que reescriben el presente y son acicate para el futuro, Estrella Carrillo, de Santa Ana, Murcia, María Gómez, de Magoga en Cartagena, Cundi Sánchez, de Albero en Ceutí, Irene y Eva López de Loreto en Jumilla sin olvidar Consuelo Serrano, de La Cava de Royán; Mariam Porras, de Deskaro, Santi Hernández, de la Alacena de Ángela; María Antonio Trujillo, de La Casa de La Luz; María Crespo, de Perro Limón ; Andrea Sevilla, de Barriga Verde o Lorena Pellicer, de Magna Garden.
Y permítanme que aunque no conozca sus nombres no deje pasar a todas aquellas que en este momento se encuentran al frente o en el fogón de una venta, un mesón, un ventorrillo o un merendero y también a la que prepara la ración en la casa de comidas para llevar.
Todas ellas, todas nosotras herederas del fuego y creadoras de él, dibujando un futuro que en lo gastronómico, también será igualitario.