¡Javier no me seas pelotudo!
Menuda empanada (que no empanadilla) estamos mascando y digiriendo a este lado del Atlántico tras los improperios e insultos que llegan desde el Pacífico.
Se le fue la mano con el frasco de ‘Tajín’ (picante en polvo que mezcla siete tipos de chiles y que es muy popular en Argentina) a Javier en su viaje a España, si cierto es por otra parte que para portar un motosierra como extensión de la boca o pedir consejo al perro fallecido, lo cual nos indica que con toda probabilidad, el Presidente argentino tendrá en la mesilla de noche un vasito de ‘Carolina Reaper’, que es la salsa de guindilla y ají más picante del mundo.
Pero una cosa es condimentar, salpimentar incluso aliñar y otra es ‘cortar la salsa’ y en este caso a Milei, como se dice comúnmente en La Huerta ‘se le ha vuelto el ajo’.
No, Javier. Las mujeres no llevamos presidentes en ‘la pollera’, ni participamos en la vida pública persiguiendo el ‘Match point’. No, Javi, por ahí no; por ese camino no va a haber dulce de leche que lo amaine.
Afortunadamente, y por una grieta de las democracias, aún imperfectas, no siempre los representantes nos representan, y podemos expresar libremente que este esta ‘carbonada’ está sosa, estos ‘chinchulines’ se han quemado y este ‘choripán’ causó acidez, por eso mientras Javier machaca la papa, hay todo un pueblo hermanado con fuertes lazos culturales y de proyecto común, que permanecen férreos más allá del estruendo de los afilados dientes su motosierra.
Lo exquisito de las empanadillas criollas es su sabor a carne ahumada, especiada, el crujiente de la masa, y la mezcla entre cítrica y picantona de los pimientos… y ese aceite que siempre chorrea y que se adhiere a las manos…
Lo peligroso es cuando la empanadilla se tiene en la cabeza.