La mezcla suma. Tanto en la cocina como en la vida.
Es principio darwiniano, de la biología y la genética, que la mixtura hace al individuo más inmune, luego más competitivo, luego tiende al futuro en la selección natural.
La mezcla en recetario ha sido el origen del placer del paladar y no solo de eso sino también de la salud alimentaría, por todos es conocido que las especies ayudan a la conservación de la carne, las maceraciones y aliños consiguen no solo un intenso sabor, sino también que podamos comer olivas y alcaparras.
La mezcla es sinónimo de éxito. En la cocina y por lo tanto en la vida.
Por eso es tan placentero ver un partido de la Eurocopa, gritar ‘¡gol!’ y ‘¡Viva España!’ y sentir el color de los colores, del cetrino de la piel de Navas y sus profundos ojos azules y por supuesto y con orgullo, sentir el color de la piel de Yamile Lamal y de Nico Williams y Gabi.
Aplaudir, abrazarnos y vibrar juntos, mientras vemos el partido mientras en la mesa hay, pastel de carne, olivas, jamón, cuscús, gusanitos, zaalouk de berenjenas, humus, un tajín, patatas fritas y en el centro un gran plato de kefta …
Cantamos gol y la casa huele a menta fresca del té de la sobremesa, y brindamos con Estrella de Levante y con Conca- cola junto a Amal, Falak y Amira, que viven en la casa de enfrente, van al colegio con nuestros hijos y juegan al futbol con ellos, y estamos viendo los partidos todos juntos.
La mezcla, tan inevitable como necesaria, reflejo del presente y del futuro. La imparable mezcla de la diversidad que nos hace colectivamente mejores, pese a quién prefiera, en un anhelo de falsa y torpe identidad, el anquilosamiento y la parálisis metiéndose un gol en propia puerta.