Es inusual que un bodeguero diga que nunca pide su propio vino, menos aún si su caldo estrella es Pie Franco, de Casa Castillo, la única bodega de Jumilla y de la Región de Murcia que, hasta el momento, ha conseguido 100 puntos en el listado de Robert Parker, la Biblia de la enología mundial. Ese hito lo alcanzó en 2020 y en años sucesivos se ha quedado con la nada despreciable puntación de 99 puntos. Pero José María Vicente no es un bodeguero al uso, algo que queda claro a lo largo de la entrevista para este artículo en la que desgrana la evolución hasta lograr las más altas cotas de excelencia con los vinos de Casa Castillo a lo largo los últimos 30 años.
“Yo nunca bebo mi vino. La gente que me conoce lo sabe. Me interesa mucho más conocer lo que están haciendo en otros sitios por varios motivos”, explica. “Primero, cuando pruebas otros vinos haces un ejercicio de limpieza del gusto y del olfato. Así, cuando te vuelves a enfrentar a uno de tus vinos, eres capaz de reconocer las virtudes y los defectos. Si solamente bebes tus vinos, la nariz y el paladar se vician”, asegura. “Además, es imposible intentar hacer el mejor vino de Jumilla si previamente no has bebido otros. Mi aprendizaje ha sido a través del descorche de botellas de todo el mundo. Es mi biblioteca particular”.
Vinos naturales, nada intervenidos y con cero maquillaje. Así define José María Vicente los caldos que elaboran en Casa Castillo. Detrás, mucho trabajo, mimo de la vid y una apuesta por la diferenciación que comenzó a principios de los 90 en esta pequeña bodega de Jumilla, el reino de la monastrell, con producciones limitadas y el 100% del viñedo en propiedad.
“Hacemos vinos en los que en una copa puedas ver representado el paisaje de Casa Castillo, nuestra filosofía y una casta tan noble como es la monastrell. Es un producto puro”, asegura Vicente, viticultor autodidacta y artífice del éxito de esta bodega. Colgó sus estudios de arquitectura a principios de los noventa para embarcarse junto a su padre (que era fiscal) en la aventura de elaborar un vino propio en la finca familiar. “Entendemos la viticultura como una forma de agricultura avanzada. Con el vino elaboramos un producto que sigue estando vivo y evolucionando a lo largo del tiempo. Nunca te desligas. Siempre tienes una imagen de ese año, de esa vendimia y el paisaje en una copa de vino”, cuenta Vicente.
APUESTA POR LA EXCELENCIA
Conseguir los 100 puntos Parker no ha sido rápido ni sencillo, menos aún en una zona como Jumilla, considerada durante años como una “zona de segunda” donde la cantidad primaba más que la calidad. Vicente abordó un cambio radical a ese modelo a través del estudio de los distintos tipos de suelo, de cómo funciona una variedad local como la monastrell, de “entablar una conversación con tu propia viña para entender qué es lo que necesita y cómo es el vino que hay que elaborar a partir de esas uvas. Es un proceso un poco más místico, no hay tanta técnica enológica sino mucho romanticismo y entendimiento de la naturaleza. Los cambios profundos a estos niveles no se logran en bodega sino a través de un cultivo muy especializado”, apunta.
Ese cultivo es fruto de la investigación que ha realizado a través de los años tanto en sus visitas a distintas zonas vinícolas dentro y fuera de España como en literatura especializada. “Yo soy autodidacta porque no tengo formación enológica ni agrónoma. Pero he viajado, he leído, he conocido productores y hay gente que me ha enseñado en otras zonas. Luego lo he aplicado a esta zona. Hay que tener en cuenta que en Jumilla nadie ha escrito grandes tratados de viticultura o de enología, no hay un mapa de clasificación de suelos. Pero en las grandes zonas vinícolas sí existe y hemos aprendido de ello”, señala.
Asegura que el 80% del éxito depende del cultivo, de las técnicas que se aplican a esas uvas y de la selección que realizan. Técnicas muy conocidas y empleadas en zonas como Burdeos, Borgoña o Champagne, que José María visitó para aprender cómo cultivar las viñas para lograr un salto cualitativo. “Fue mi espejo, la primera fuente en la cual yo bebí. Das con una serie de productores que te cuentan su filosofía y esa es la esencia”, indica.
Así introdujo tipos de poda especiales buscando una baja producción en el viñedo, sistemas de empalizado totalmente novedosos en la zona de Jumilla o el despunte de los sarmientos en momentos determinados. “Hay una lectura anual de las condiciones climáticas. Muchas veces por intuición o porque crees que es lo más apropiado para esa planta en ese momento para conseguir la mejor uva posible”. A partir de ahí, asegura, hacer el vino “es muy sencillo”. Eso sí, admite que aplicar esas técnicas «es más caro» y por eso no se suelen hacer.
Con el tiempo, comprobaron como las actuaciones en las viñas se correspondían con una subida en la calidad de sus caldos y también de su valoración en el mercado. “Nosotros somos pequeños productores y nos consideramos orfebres del vino. Trabajamos al milímetro todo”, subraya.
LOS 100 PUNTOS PARKER
A pesar de ese trabajo minucioso y esa búsqueda por la excelencia en la elaboración de los vinos, Vicente reconoce que conseguir los 100 puntos Parker no estaba entre sus objetivos. A partir del 2010, después de 20 años elaborando vinos, el posicionamiento de Casa Castillo dio un salto. Su marcada personalidad hizo que los expertos reconocieran sus vinos en catas a ciegas y lograron críticas muy positivas.
“Nos decían, esto no parece Jumilla. Pues sí, lo es, con otra filosofía de cultivo y otro enfoque”, subraya. Después de varios años escalando, en 2017, por primera vez, consiguen los 99 puntos Parker con Pie Franco, su vino emblema. Y en 2020, los 100 puntos, el primer vino en conseguirlo en una DO del sur de España.
“Cuando hicimos el vino de 2020 había algo mágico. Abrimos las barricas y a mí se me ponían los pelos de punta. Ya se intuía que ahí había algo grande. No hacía falta ni probarlo. Tenía una textura increíble, un equilibrio perfecto. Era un vino grande”, asegura.
Ese hito de Casa Castillo ha funcionado como un auténtico revulsivo para Jumilla, para reforzar la imagen de la zona del Levante y de la monastrell como variedad noble de talla mundial. Y ha incentivado la reflexión por parte de otros productores para apostar por una zona como esta. “Con la monastrell se pueden hacer vinos de talla mundial. El futuro es mucho más prometedor”, recalca.
APASIONADO DE LA GASTRONOMÍA
Vicente admite que Pie Franco es un gran vino pero, añade con sinceridad, no es el que más le gusta del mundo y nunca lo pide cuando sale a comer o a cenar a un restaurante. “Nosotros, además de productores, somos grandísimos aficionados al mundo del vino. Viajamos y compramos botellas de todo el mundo. La grandeza del vino es también elegir el momento adecuado, las personas adecuadas y la comida adecuada. Ahí es cuando el vino sube puntos. Solo no vale lo mismo para mí”, reconoce.
Es un gran amante de la gastronomía y “muy consumidor de restaurantes. Abre un restaurante nuevo en Murcia y a los tres días estoy allí y vuelvo a los tres meses a ver cómo ha evolucionado. Cada vez me gusta más la comida del lugar”, indica. Por Herencia, Almo, El Churra o La Bien Pagá están entre sus favoritos en Murcia. También le gustan Tándem, Láriz o Frases de la nueva generación.
“Me dedico al vino pero mi gran hobbie es la cocina. Y la gente flipa en Murcia. A nivel gastronómico estamos atravesando un momento muy bonito”. Apunta que un vino tiene más sentido como elemento gastronómico, “para subir las dosis de placer y crear un momento mágico entorno a una mesa. Eso es el vino”, subraya.