Ahora que febrero, el mes del amor, se va despidiendo, como buena adicta que soy a todo aquello, que me proporcione placer, indago en dos sustancias tremendamente adictivas: el amor romántico y el chocolate negro. Me pregunto, en estos tiempos de usar y tirar, cuál de ellas engancha más.
Se ha descubierto, mediante resonancia magnética cerebral, que el amor romántico es una ruta de conexiones que atraviesa el cerebro, similar al hambre o a la sed, pero con diferente finalidad. El hambre y la sed nos hacen estar vivos y el amor nos enaltece y nos lleva a emparejarnos, proporcionándonos alegría y felicidad, en forma de chute de oxitocina (la llamada hormona del amor).
El chocolate negro, ese manjar, regalo de los dioses aztecas a la humanidad, previene el envejecimiento prematuro de nuestras células, gracias a la acción antioxidante de sus flanovoides y nos llena de placer en cada mordisco. Ambas sustancias nos alteran el ánimo y nos producen placer, el amor romántico con sus mariposas revoloteando en el estómago, y el chocolate, deleitando nuestro paladar.
Confieso que soy una romántica, pero en este momento de mi vida, dejo a los príncipes románticos para las inefables telenovelas turcas y me decanto por mis dosis diarias de chocolate negro, dispuesto para mí, en cualquier lugar y a cualquier hora. ¿Hay placer mayor?