Hay series y estados creativos que nunca querríamos que se agotasen. El día que vi el primer capítulo de Julia, ya no pude parar. He revisitado algunos de estos capítulos y la tentación de cerrar cortinas y sumergirme de nuevo en ese otro mundo que nos ofrece la ficción es demasiado grande. Julia (HBO, 2022) nos sumerge en el fenómeno televisivo protagonizado por Julia Child en los años 60, autora del libro superventas El arte de la cocina francesa. El primer programa de ‘The French Chef‘ se emitió por un canal local, la WGBH, en 1963 y se mantuvo de forma ininterrumpida durante diez años. Pero Julia siguió vinculada con lo audiovisual —y a lo culinario, por supuesto— toda su vida.
Pero vayamos a la serie. Julia es mágica, es como estar en casa. Es un trabajo de impecable factura tanto en la ambientación, como en la dirección de arte y fotografía (Don Stoloff, hijo de Morris Stoloff el también director de fotografía).
Sorprende como se recrean desde grandes almacenes, tiendas de barrio y restaurantes. Para los amantes de la gastronomía es toda una fiesta para los ojos. La serie recrea la confección de los platos con todo detalle. Vemos mesas opulentas, barras de bar con grandes langostas con mantequilla, cócteles deliciosos o una sencilla tortilla francesa, cocinada por Julia en un programa de televisión para libros.
Esa primera entrevista es el germen del que será su espacio futuro. Una apuesta que nació de la propia Child. Tras un desternillante primer capítulo donde enfocan el culo de Julia mientras busca un enchufe para el hornillo, la protagonista se queda con el gusanillo de hacer su propio espacio. Quiere llevar la cocina francesa a los hogares americanos y “no sólo en la Casa Blanca”. En la serie queda de manifiesto algo que me encanta: la unión de las mujeres, “una red segura de estrógenos”, como asegura la protagonista y, sobre todo, el deseo de Julia de ser relevante, pese a ser una señora de mediana edad y pasada de kilos.
“Quiero ser relevante”, asegura. Esta afirmación es un cañón de positividad que sortea todas las dificultades para poner en marcha un proyecto, cuyo primer programa, autofinanció la propia Julia completamente, a espaldas de su marido. Desde la recreación de la cocina, hasta los pollos que utilizó en su primer Coq au vin.
La serie nos muestra el carácter temperamental de Julia. Todos los buenos chefs lo tienen. También el personaje interpretado por Isabella Rosellini, Simone Beck. La amiga francesa entrañable y también algo desquiciante de Julia. Sus discusiones sobre las medidas de los ingredientes son soberbias. Eso de cocinar “a ojo”, no entra por la visión pragmática de Julia.
La creación de personajes y el casting son otro pilar fundamental de esta historia basada en el trabajo de Natalia Temegen, escritora y guionista brillante.
Sarah Lancashire es una Julia completamente creíble, repleta de matices y vitalidad. La adoras. Se te olvidan sus trabajos anteriores como, por ejemplo, estricta agente de policía. Nadie más podría hacer a Julia Child (salvo Meryl Streep, claro).
David Hyde es el marido. Otro trabajo soberbio de gestos que hablan más que las palabras. Me gustan especialmente el dueto Fiona Glascott y Judith Ligth. Ambas editoras, la joven Judith Jones que cree en Julia tanto como ella y la senior, Blanche, su jefa y fundadora de la editorial donde se publica ‘El arte de la cocina francesa‘, no tanto. Blanche se ha endurecido en un mundo de hombres y encuentra en la joven Judith a su sucesora. Una hermosa relación, quizá la que presente un arco del personaje más evidente en las dos temporadas de la serie.
Brittany Bradford, la joven productora de la WGBH —así son los nombres de los canales locales americanos, no me preguntéis por qué— hace un papel limpio, creíble, así como todos los hombres de la cadena, enfundados en sus trajes chaqueta, tipo Mad Men y con todos los prejuicios imaginables acerca de las mujeres.
Julia está repleta de grandes frases, como aquella de que comer nos conecta como nos vemos en sociedad. Detrás del trabajo de Tesmegen hay un gran equipo de guionistas y varios directores que han hecho de esta serie un ejemplo de excelencia total. Imagino que es una producción carísima que ha recibido muchos reconocimientos internacionales y nacionales, así como los recibió en su día la propia Julia Child.
Julia nos muestra como la televisión pública tuvo un papel importantísimo en la educación y la innovación de la sociedad americana, incluso del feminismo. La propia Julia era feminista sin saberlo, aunque sus coetáneas la acusaron de perpetuar el modelo hetero-patriarcal.
Si estás de bajón debes ver Julia. Si amas la cocina y la gastronomía, la disfrutarás muchísimo. Si te gusta la estética de los 50 y los 60, revivirás esos patrones y colores con pasión, así como una banda sonora que acompaña mágicamente a Julia. Eso sí, no te sientes a ver la serie con hambre. Eso nunca.
Bon apétit!
Por Lola Gracia, periodista.