Anoche tuve una cena con amigas. Una casa en la huerta con enorme encanto, una anfitriona entregada a complacernos sacando sus mejores galas en sonrisas y mantelerías. Un ambiente de complicidad de la buena con rica comida e interesantes vinos.
Nos gusta hablar de nuestras cosas y compartirlas mientras nos metemos en el cuerpo una media de tres botellas de vino, algunas cervezas y si puede ser un licor sabrosón, en esta ocasión, casero de limón.
Dicho así parece de los más normal, como tantas otras amigas. Pero hay en nosotros un punto de fusión que solo pasa si estamos las siete juntas. No sé ya los años que llevamos quedando, siempre con cena o comida de por medio. Nos apoyamos las unas a las otras y nos alegramos de todo lo bueno que nos pasa y compartimos todo lo malo que sucede. Pero en el momento delirante de sentarnos a contar cosas es como un momento sin tiempo. Lo gracioso es que hay siempre una energía de buen rollo que en estos años no se ha deteriorado.
Hemos echado canas, culo, ojeras y bolsas, tenemos dramas cotidianos y mundanos, cambios buenos y malos. Podemos pasar meses sin vernos, no pasa nada, la energía permanece, se transforma en terapia grupal a cero coste.
Anoche entre las viandas que tuvimos a suerte de disfrutar, estaba la ensalada de ojos, un pastel ruso, un pastel de cierva, peperoncini rellenos de alcaparras y y anchoas, dos maravillosas tortillas con trufa, jamón y lomo del bueno, ensalada de mozzarella, quesos varios, almendras…
En fin, cosas de señoras que saben lo que quieren y lo que no quieren, queremos calidad, paz mental y solución hormonal.
Que si nos tenemos que comer una pizza, nos la comemos, que si cerveza de lata, maravillosa. Lo importante es la actitud, la energía. Tenemos mucha suerte de compaginar también tanta copa de vino, comida buena, con el rouge impecable, porque eso sí, el labio impecable, pase lo que pase.
Creo que hay mucho arte en esto, en haber perdurado en el tiempo, peso a todo, pese a veces el esfuerzo, como dice E. de quedar, no me viene bien nunca, pero si quedamos, no voy a faltar.
El grupo tiene nombre de animal sin mucha gracia, cuestión que hemos resuelto haciendo mucho honor a un estado de sopor y lucidez mental combinadas con estrategias femeninas de subsistencia en el mudo laboral, maternal y social. Que todo no es coser y cantar. Hace falta mucho apoyo moral para saber que no estás sola. Que tu insomnio es compartido. ¡Viva el insomnio compartido!
La cosa acabó como tenía que acabar, seis señoras dando vueltas en un taxi, encajadas al máximo en los asientos y dándole un toque de “Jo, ¡qué noche!”, de Scorsese a la huerta murciana. Y un taxista con una paciencia infinita abrumado por tanto cacareo.