Hace tan solo unos días, mientras realizaba una entrevista al artista Kraser, en el desarrollo de la conversación le preguntaba por si dependiendo del barrio o zona donde realizará su mural, esta sería de una forma u otra. Fui directa y le pregunté : ‘¿Kraser, pintas igual una pared de un barrio rico que una pared de un barrio pobre?’ A lo que que el reconocido muralista respondió: ‘Pinto siempre como siento y la diferencia entre un barrio pobre o un barrio rico la encuentro, también, en el almuerzo del bar’... y así una conversación que versaba sobre el arte, las tendencias y las emociones concretadas en pintura mural, comenzó a tornarse en emociones, usos y costumbres y sabores… desde un prisma social.
El artista cartagenero prosiguió con su argumentación acerca de la brecha entre las zonas deprimidas y las elitistas con una aclaración que no dejó lugar a dudas cuando le pregunté: ‘¿Y cuál es la diferencia de almuerzos entre barrio rico/barrio pobre?’ y con esa voz profunda que tiene, su voz casi azulada… contestó: ‘El bocadillo de lomo. En los barrios pobres no tiene el mismo grosor’. En la radio se hizo un pequeño silencio, un silencio de esos cómplices, donde no hace falta decir más porque tres segundos del vacío rellenan los huecos mentales que deja lo evidente.
Imaginaba; mientras la conversación (perdón Kraser por evadirme un poco en antena) ese barrio con bar de letrero patrocinado por Sweeps o Águila, cuyo nombre corresponde siempre a las iniciales de los hijos, dando lugar a ejemplos como ‘PeryRo’ (Pedro y Rosa) o ‘MiJuMi’ (mi Pedro y Miguel). Esos bares ‘¡Qué lugares!’ con la tele siempre encendida, de barra de madera, tapas de magra con tomate o de chipirones rellenos de algo, pan generosamente cortado y de corteza dura y donde el lomo se corta a rodajas finas, muy finas, tan finas que dan para varios almuerzos y si es posible la cena.
Esos bares donde la imagen de San Pancracio convierte con un décimo del euromillón, pagado a medias entre la peña de veteranos del ‘Atleti’ y a unos centímetros más allá, se aposenta otro veterano, el de Osborne, que no puede faltar como añadidura del café de la mañana. Esos bares donde se calientan muchos alimentos, porque nada sobra, porque nunca sobró nada y a veces faltó casi de todo.
Es curioso como el bocadillo de lomo, algo tan simple, cotidiano y prosaico, puede convertirse en un todo un símbolo de opulencias o ausencias.