Los que somos de buen comer recorremos con deleite este flamante digital al que saludo y que ofrece aperitivo, plato principal y postre con calidad suficiente para ingresar en la Guía Michelin.
Quede eso como comentario inicial antes de inaugurar esta sección en la que hablaremos de vez en cuando de la cocina en el cine, que siempre ha dado juego y que ahora se ha multiplicado por cien gracias al empuje sobre todo de las series de televisión. De las más punteras del momento se ha hablado ya en The Gastro Times, por cierto.
Hoy me quiero referir a “Hunger” (“Hambre”), una película tailandesa de 2023 disponible en Netflix, donde fue de las más vistas desde su estreno. Cuenta la historia de Aoy, una chica de barrio que cocina unos deliciosos fideos en el modesto negocio familiar y que tiene la oportunidad de trabajar en el restaurante de un chef tan talentoso como tiránico, Paul, que ha alcanzado fama saciando el hambre de los más pudientes.
Pero la película no se refiere sólo al hambre como necesidad básica que hay que satisfacer para sobrevivir. También tiene que ver con ese afán de querer ser alguien socialmente. La diferencia de clases es el hilo conductor en un largo -y excesivo- metraje argumento en el que, con permiso de la cocina, los instintos primarios del ser humano terminan confundiéndose. Mientras unos sacian el hambre con platos de ingredientes exclusivos presentados con espectacularidad, otros buscan ser especiales en un mundo de lujo, opulencia y vanidad al que en realidad no pertenecen.
En ambos casos se trata de un instinto básico que parece no tener fin porque, como dice el personaje del chef, «cuanto más comes, más hambre tienes«. Y es un hambre que crece hasta el punto de que eres tú el que puede terminar engullido.
No es “Hambre” una película para que se te haga la boca agua. Al contrario, discurre en una atmósfera de aire viciado y perverso, incluso cruel, que se envenena cuando la trama se traslada a la frialdad de la cocina del chef y al ambiente frívolo de los ricos. En cambio, la luz natural, el sudor y el presumible olor a “fritanga” del local de noodles dejan correr un aire más limpio y puro, de seres inocentes que aspiran a llenar la barriga con una sopa de sobras mientras sueñan con una vida mejor.
Hambrientos de todo tipo y condición entrecruzan sus caminos en esta historia en la que no faltan la moraleja (“el que la hace, la paga”) y las referencias a la familia como ese refugio cálido que siempre nos ampara. Recomendación final: tengan a mano algunas onzas de chocolate negro por si se queda un regustillo amargo en la boca.
Ramón Avilés, periodista y secretario general de Croem.