PEDRO CABALLERO​

Pulpo al horno

Una de miedo

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Se va noviembre, el mes dedicado a recordarnos que no somos nada. Que nuestro paso por aquí es efímero. Eso es una verdad incómoda y, como todas las verdades incómodas, se intenta ladear un poquito, haciendo como que está ahí, pero sin estar. El caso es que siempre fue celebrado. Antes con lutos, velos, arrope, calabazate y huesos de santo. Ahora con un carnaval, caramelos, piruletas y monster burgers hechas para la ocasión. El caso es que, de una forma u otra, se trataba de edulcorar la noticia de que la vida tiene su otra cara, mucho más larga, eterna quizás, y lúgubre (al menos vista desde esta orilla).

Susto o trato. Un esqueleto con guadaña te propone un acuerdo: si le das culto al hedonismo te aleja, de momento, el tener que pensar en “eso”, tan negro que da yuyu. ¡Disfruta, nene, mientras puedas! Sería el eslogan.

Una de las cosas con las que intentamos exprimir la vida, mientras podamos, es esto de la gastronomía que tratamos aquí, y salir a probar las magnificencias culinarias que haya al alcance. El tránsito por el camino del placer sensorial no está exento de susticos. No mortales, pero sustos también.

De pequeño, daba canguelo pensar que las ánimas del purgatorio estaban por ahí sueltas el día 2. Pero también hay cosas que ahora me hacen temblar, como leer en una carta “Nuestra marinera de…” ¡Uy! “Nuestro caballito de…” ¡Ay, qué escalofrío de quinta gama recorre la espalda! En cuestión de cartas, cuando las páginas están pegadas entre sí, me da mucho miedo pensar en cómo estará la cocina. Otra cosa que da pavor es oír “No, carta de vinos no tenemos. Ahora viene mi compañero y os explica…” Acaso no produce espanto leer cosas, tan propias de estas fechas, como “Menú 2×1 por Black Friday” o el siempre espeluznante sintagma “Menú de Navidad”.

Hay miedo en esta vida. Hace poco me sentí como alma en pena, porque me llevaron a un inmenso recinto, como un limbo, donde se celebraba un certamen de hamburguesas de esas churretosas. Era horror solo pensar en tener que hacer una larguísima cola para obtener mi bocadillo y luego otra para la bebida. Centenares de almas nutrían el gentío ante cada carromato-cocina, en una especie de apocalipsis zombie donde la voz de un animador se habría abierto paso en decibelios entre el reguetón que atronaba. Menos mal que se me apareció Paco Rosa y, como un Caronte 2.0, me abrió camino hacia el más allá, y solucioné la papeleta rápido.

El otro día le dieron un buen susto a un amigo, en una cervecería de la calle Trapería, en la que pidió, por hacer tiempo, una sola copa de cerveza, sin nada sólido. Ni pulpo (menos mal), que es lo que le gusta a él. 3,50 € ponía el ticket.

Se va noviembre, el mes dedicado a recordarnos que no somos nada.

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