Ese olor a masa frita. Tan sencillo y a la vez característico de un buen amanecer, especialmente y por qué no en verano.
Ese olor que te premia con un desayuno dulzón y merecido, el placer que te llevará a serle infiel al croissant, a desdeñar el mejor hojaldre recubierto de chocolate, a obviar que existe la fruta exótica y a que caiga en el olvido cualquier aproximación horneada en forma de panecillo, mona, bollo, bizcocho, pastel…Todas las seductoras masas dulces de la vitrina quedan sometidas a un éxodo goloso cuando aparece él. El Churro
Y es que confesémoslo: Eso es un Churro. Si. Esa línea interminable de masa que se enrolla en espiral para desafiar el borde de enorme perol, ese segmento ‘hecho a ojo’ pero de idénticas proporciones unos a otros, son el bocado más humilde y a la vez extraordinario de la mañana, y no solo de nuestras actuales mañanas sino que además nos vincula directamente con nuestros ancestros, los pastores nómadas que para evitar que las masas fermentasen las conservaban friéndolas, con grasa animal (algún día alguien freirá churros con manteca y entonces habremos llegado, como con casi toda innovación al principio de la historia).
Saborear un buen churro es pasear por nuestra cultura mediterránea, y cómo buenos polemizadores que somos, nos debatiremos entre que son mejores si churros o porras, en que si la porra es más castiza porque nace en Madrid y por ello es centralista y universal, disertaremos mientras recruje el azúcar en nuestras comisuras en que si son mejores los ‘Calentitos’ de Sevilla y Huelva o los ‘Tejeringos’ de Córdoba, en que si los que mejor sientan son de madrugada o en las despiertas, discutiremos que si son mejores mojados en chocolate o acompañando un buen café, que si rellenos o salados, que si mejor finitos con forma de lazo o de corte imperfecto…
Ese olor a masa frita, en los veranos de siempre, tan humilde como compleja, que te recuerda que más allá hay un lugar común donde saborear momentos que ojalá y sean siempre, por dulces y sabrosos…un churro.
