Seguro que los lectores de la generación del baby boom recordarán aquellas tardes que pellizcaban casi la hora de la cena y en el pasillo de casa se oía de fondo la voz de Elena Santonja junto a Joaquín Sabina con aquello de: ‘Papas con arroz, bonito con tomate, cochinillo, caldereta… Migas con chocolate, cebolleta en vinagreta, Morteruelo…’
En esta estrofa era inevitable pensar que la tortilla francesa que nos esperaba en la cena proletaria se quedaría a la altura del betún ante la falta de concordancia entre la realidad de los huevos cariñosamente batidos y servidos en plato de Duralex y la estrofa mental que entonábamos salivando: ‘Lacón con grelos, bacalao al pil- pil… y un poquito perejil’.
En mi casa la vajilla era de la gama de los Duralex marrones (también los había en verde y transparentes, pero el ajuar ye-ye de mi madre, solo dio para marrones) y también era impar, siempre faltaba un vaso marrón que afortunadamente suplíamos con uno de los de la Nocilla que, dicho sea de paso, ¡cuánto ha hecho esta marca por las vajillas viudas e impares en España!.
Nunca cenamos migas con chocolate ni recuerdo siquiera el rastro lejano de un lacón con grelos en nuestro plato marrón traslúcido, pero aquella tortilla francesa, o sopa de Avecrem o pataticas nuevas con atún, nos sabían a gloria viendo en la tele a Elena junto a sus fogones, y algún invitado famoso cocinando y charlando, pelando pepinos, machacando ajos, sazonando y rehogando la carne.
Nosotros comíamos tortilla y sopicas de pan en la leche mientras Elena charlaba y cocinaba con Alaska, mientras sazonaba la carne con Sara Montiel o metía al horno la receta de Manuel Vázquez Montalbán, con ellos no solo aprendíamos a cocinar sino también cómo los alimentos y recetarios impregnan el mundo de las artes, la política y la ciencia, mientras cenábamos viendo ‘Con las manos en la masa’ mascábamos tortilla y digeríamos cultura.
Santonja dejó el listón alto, y una estela que fue seguida con otros formatos que nos dieron tardes de gloria aumentando nuestros recetarios y nuestros conocimientos geográficos, como es el caso de los programas de Karlos Arguiñano, el mítico ‘Un país para comérselo’ con los magistrales Imanol Arias y Juan Echanove o el de los gemelos Torres, en todos estos formatos lo relevante era el cuidado en la cocina, el conocimiento de los productos y todo ese universo que hay más allá de deglutir o saborear.
Ahora en tiempos de la inmediatez, de la viralidad en redes y de la consecución de ‘seguidores’ donde el éxito lo marca una elevada cifra de ‘Me gusta’ el formato televisivo es el de la competición, la lágrima fácil, el histrionismo cuando se acaba la sal, la ansiedad ante un reloj que agota el tiempo de la cocción, y la competencia individualista marcan los fogones televisivos y además todo un jurado de ‘expertos’ subiditos, que no solo califica sino que denigra.
Lo confieso, ahora, frente a esto se me atraganta la tortilla.