Le oí alguna vez a mi padre, que es un anecdotario viviente, cronista no oficial de su pueblo, que un personaje de allí, llegado a un punto de máximo cabreo (meritorio de blasfemar apuntando alto) siempre se ciscaba “en la púa”. Alguna vez, preguntado por qué era ese el objetivo de los detritus figurados, respondió que la que mentaba era la púa que clavaba a la pared el almanaque. Con todos los días del año y su correspondiente santoral. Hay que reconocerle que la solución era práctica y justa, pues economizaba mucho el lenguaje y había un reparto blasfémico equitativo para todos los niveles de santidad, desde lo más sagrado al santo más desapercibido.
Me ha venido esto de “la púa” repasando la zona de bares y barras de que la venía a escribir aquí, pues viendo los nombres, más que un callejero parece un santoral. Hay zonas de abrevaderos permanentes y otras que van y que vienen con las modas o los caprichos del urbanismo. Actualmente, hay en Murcia un área gastronómica que siempre existió, pero que ahora se afianza con fuerza en base a nuevas aperturas. Se extiende en un eje formado exclusivamente por calles con nombres de santos. Algo de lo más normal tratándose de una de las zonas más antiguas de esta bimilenaria ciudad (según la forma de contar milenios que tenemos por el sureste). Empezaría en la calle San Pedro. Partiendo de ahí, en la ventanica del Rhin, ese eje llegaría hasta San Antolín, terminando en el Mesón Guinea, con otra ventanica con solera (¡cuántos codos se habrán apoyado en esas ventanas!). El vector de transmisión entre ambas, es la calle del Pilar, llamada así por la ermita dedicada a la Virgen del mismo nombre, en la que hace esquina el Café Oriente, donde (¿oxímoron?) no hacen asiáticos. “¡Aquí belmontes!” nos dijo un camarero un lunes santo.
Si avanzamos, partiendo del Gran Rihn (probablemente la mejor barra hoy), hace ya unos años elevó mucho el nivel de San Pedro El Pasaje, basculando el aperitiveo hacia ese lado y atrayendo, desde la Plaza de Las Flores, a la clientela que iba huyendo del postureo sabatino y las entonces incipientes despedidas de soltera de comarcas. Justo enfrente, donde hace esquina con la calle San Nicolás, está reciente Alta Costura. Aún no he tenido el placer (salgo poco), pero he oído hablar bastante bien del sitio que, aunque con apariencia para instagramers, parece ser que el buen nivel de la comida no deja tiempo para el selfie.
Siguiendo la ruta encontramos la tienda-barra gourmet de Quique Portillo. No eres de Murcia si no conoces a Quique Portillo. Enrique en los carteles. Ha sustituido el estoque por el cuchillo jamonero y, la verdad, que es cosa ‘delicatesen’ los productazos que se gasta. Con aire sureño, hace combinar el “quinto” de Estrella muy frío con el oloroso de Jerez. De donde son precisamente los que abrieron el Tabanco jerezano en el que se ofrece atún, molletes y vinos gaditanos (que es mucho más que el fino). Esto es ya en la plaza San Julián. En la Murcia antigua, por la falta de espacio, en cuanto una calle ensancha un poco la llamamos plaza y nos quedamos tan anchos. En el tramo en que San Julián estrecha, y se le dice calle, ha abierto Samuel, el del Kome, el del Café Bar Verónicas, un colmado de laterío premium en lo que antes era la centenaria droguería del mismo nombre que la calle (pierdan toda esperanza en hora punta de fin de semana). En el Verónicas es donde han elevado el tapeo tradicional a rango de gran gastronomía, dándole la vuelta al bar de tapas hispánico, pero dejando el rastro de lo que se debe reconocer en el plato.
Doblando la esquina por la calle Verónicas pasaríamos por delante de La Diligente y la Lechera de Burdeos, lugares de peregrinación para los amantes del vino y el queso, y proveedores de las tablas de los grandes restaurantes de la Región. Y avanzando por la puerta de la Cervecería Almudí, todavía del selecto club del grifo de cerveza de la bola negra y uno de los referentes en el pulpo al horno a la murciana, volveríamos a salir a la plaza de San Pedro.
Más que un eje, dibujada en un plano la trayectoria, ha salido una Osa Mayor con el asa del carro en San Antolín. Que, con San Pedro, San Julián, San Nicolás, la Verónica y la Virgen del Pilar completan esta jaculatoria gastronómica que solo la sostiene una púa. Un santoral que nos llama al pecado de la gula. Y, por si nos sabe a poco, aún podemos añadir otro pecado mortal, porque La Buena Moza, con ese nombre que tienta, sigue ofreciendo una de las tortas de chicharrones más celebrada de Murcia. Pura lujuria.