PEDRO CABALLERO​

Pulpo al horno

En venta (I)

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

No sabes cómo. Ha sido poco a poco, como la metáfora de la rana hervida, pero cuando te has querido dar cuenta tus suelas se fríen sobre el asfalto, tu piel se tuesta bajo un punzante sol en el eterno semáforo sin sombra de tu barrio de nueva planta y, cuando alcanzas el centro de la ciudad, ves que ya no es ese escenario de vida que explotó en la primavera, sino que parece un rodaje de ‘The Walking Dead’, con extras y todo. En ese momento te haces consciente de que es julio y que, si a Sabina le robaron el mes de abril, contigo se han ensañado. Te han robado el veraneo. ¿En qué momento se pasó de veranos azules de dos meses a una raquítica y fugaz quincena de agosto?

Y en esas añoranzas vienen también recuerdos que humedecen la boca de aquellos desplazamientos de verano. Pan de hogaza, salchicha seca, tomates de verano pelados con chorro de aceite, vino con gaseosa… Excusa perfecta para reivindicar aquí a aquellos establecimientos que, desplegados estratégicamente en las rutas hacia el frescor marino, aliviaron la sed del sediento, el hambre del hambriento, el sofocón de la suegra y el calentón del seiscientos. Y, además, resolvían para la familia el avituallamiento del fin de semana. Esos lugares que deberían ser declarados patrimonio inmaterial de la murciandad: las ventas de carretera.

Dime de dónde vienes y te diré a qué playa te llevaban tus padres, creo que decía el refrán castellano. Y en qué ventas paraban, podríamos añadir. Desde la antropología de salón lanzo esta hipótesis de trabajo no soportada por ninguna base científica… pero a ver quién me la rebate.

Esto de que el lugar de estancia estival llegaba marcado por el origen viene por condicionantes geográficos, como las facilidades de acceso (a dónde llega el camino más corto y por dónde hay que salvar menos sierra) y el “efecto llamada”, fenómeno repetido en todo proceso migratorio (un cuñao propagaba que estaba en la gloria en tal playa y que había una parcela libre al lado).

Remontando a tiempos pretéritos, antes de que los murcianos veranearan en Asturias, en todos los puntos de la Región se cumplía esa ley, universal y necesaria. Damos por descontado que los de Cartagena se desplazaban a Isla Plana y La Azohía, y algunos privilegiados a Cabo de Palos, que eso del mangueo, cuando regía esta norma, aún estaba amaneciendo. Eso, los que querían Mar Mayor, que los del Menor tenían Los Nietos y Los Urrutias. El veraneo de Lorca no merece la pena ni escribirlo, pues es palmario. Aunque Águilas no es solo patrimonio lorquino pues por ahí caían hasta el mar los de la comarca del Noroeste también.

Centrándonos en el área de Murcia y su Vega, el reparto es más centrífugo y distribuía a la gente según zonas. Los de la Huerta del Oriente, desde Torreagüera hasta Monteagudo, pasando por Llano de Brujas y todo ese roal… iban a caer a Los Alcázares y Los Narejos. Pero si el Oriente era ya extremo, como Santomera o Beniel, fluyendo por la Vega Baja, venían a desembocar a Torrevieja. Por otra parte, de la Huerta Oeste, desde Las Torres hasta Alcantarilla más las dos Sangoneras, iban a parar a las playas de Mazarrón.

Tema distinto eran los de la propia ciudad. Si se era de buena familia, a Santiago de La Ribera; y la clase media, dos opciones: La Torre de la Horadada, si se elegía Mediterráneo o Lo Pagán, si daban miedo las olas (luego vendrían otros cabos bohemios y otras dehesas en las que pastar). Cualquier excepción que rompiera la norma estaría condicionada, si tiramos del hilo, por la ascendencia huertana del urbanita de nuevo cuño, cuyos destinos ya han quedado detallados.

Fuera la que fuera la ruta, todas tenían un elemento común: parada, sin fonda, en alguna venta de carretera.

Una vez aclarados orígenes y destinos, solo nos queda recordar los sitios más emblemáticos, donde podían parar a repostar los veraneantes. Donde se almorzaba, merendaba y se hacía una buena compra, cuya base era pan bueno “de carrasca” y embutido de matanza casera y, a partir de ahí, añadir los toppings que se quisieran al cesto de mimbre.

Pero eso será en la siguiente parada. Continuará

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