Siempre he estado convencida de que la BSO de El último mohicano era válida para cualquier cosa. Hay bandas sonoras que son como himnos existenciales, por ejemplo, la música de E.T. o La guerra de las galaxias, Memorias de África y alguna más que a mí me revuelven por dentro.
Lo de El último mohicano es realmente especial; si te la pones de fondo para cualquier actividad, te da un 500 % de energía. Es como un crescendo de dopamina y de todo lo que hace que seas invencible.
Sin exagerar. Yo tuve la experiencia única de tenerla de fondo una noche, en un momento mágico. No doy más detalles, que a veces estas cosas las leen mis hijos.
La vida sin música no es vida ni es nada. Yo me he planteado en alguna ocasión qué banda sonora sería significativa para la mía. Cómo podría ponerle música a toda mi película existencial. Supongo que, por estar tan vinculada a Almería, tendría que tener algunas connotaciones de Ennio Morricone, por ejemplo. Por otro lado, yo, que soy tan soñadora y tan plástica que podría querer ser la protagonista de una historia plagada de amor, pasión, desastres y dramas varios, necesitaría algo intensito, con muchos subidones a lo Turandot.
Recuerdo una preciosa película protagonizada por Catherine Deneuve, titulada Indochina, que me tenía loca en los conceptos más propios de mi ser: muchas pasiones y mucho exotismo. La banda sonora de Patrick Doyle era tan exquisita como toda la fotografía y los espacios que la conformaban. Es decir, que un poco de Patrick Doyle, también con alguna canción italiana de tonadilla de fondo y un toque flamenco de raza.
Cualquier cosa me vale…
Toda música tiene textura, toda es tangible en varios de los sentidos, no solo el auditivo. Es necesaria para nuestro bienestar y para acompañarnos en nuestras vidas, en nuestros mejores momentos. Lo que nunca será reemplazable para mí son las vibraciones del mohicano caminando de la mano de Cora por todo el fuerte en llamas, en medio del desastre y del dolor. Y esa música de fondo.
Las románticas tenemos lo que tenemos: mucho de Trevor Jones y poco de Bad Bunny.
Y como aquí nos gusta la gastronomía, he de añadir que los indios mohicanos comían maíz, judías verdes y calabazas, y por supuesto cazaban y pescaban. Aunque, según cuentan las fuentes documentales, antes de la conquista eran básicamente vegetarianos. Sanos y en conexión con el universo.