Que en Murcia somos originales, a nadie le sorprende. Que en pleno otoño sigamos bañándonos en el Mediterráneo, tampoco. Porque en nuestra querida Murcia… En Murcia el otoño no se estrena, se derrite. Mientras medio país posa con bufandas y tazas de chocolate, aquí seguimos con gafas de sol y una Estrella de Levante, bien fría.
Octubre se disfraza de agosto con una sonrisa de pimentón: calor, brisa templada y ganas de terraceo. Porque sí, en esta tierra el cambio de estación se mide por el menú, no por el termómetro.
La huerta, eterna y testaruda
El calendario dice “otoño”, pero la huerta murciana va por libre. Tomates que aún saben a verano, higos dulces como secretos bien guardados, granadas que estallan en los mercados recordando que algo —aunque poco— ha cambiado.
Murcia sigue viva, verde y jugosa. La estación se reinventa entre lo que fue y lo que todavía no se ha ido.
Platos que aún saben a verano
El calor pide frescura, pero el cuerpo empieza a pedir alma. Por eso las cartas se llenan de guiños a los dos mundos:
- Marineras que siguen siendo religión.
- Arroces que huelen a playa pero ya se sirven con vino tinto.
- Salazones con cítricos, ensaladas templadas y esa duda eterna: ¿ya es tiempo de migas o seguimos con caldero?
Vermut, sol y conversación
A falta de hojas que caigan, caen las horas en las terrazas. Murcia vive su propio otoño líquido: vermuts, blancos fríos de Jumilla, cervezas artesanas que brillan al sol.
El aire sigue tibio, el humor también. Aquí el otoño no invita a encerrarse, sino a brindar más despacio y a salir a la calle a comerse la vida.
Un otoño que se ríe del calendario
No hay abrigo ni melancolía. Solo luz, risas y el placer de saber que cada plato es una excusa para celebrar.
Murcia no se deja enfriar: aquí el otoño se saborea, se ríe… y, por supuesto, se suda.
