MAMEN NAVARRETE

Barra Libre

La Foster

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Hay cosas que se retienen en la memoria como un pegamento de esos amarillento que cuesta arrancar. Alguien más literario diría grabado a fuego. Yo soy de pegamento Súper Glue. Las cosas que recuerdas de forma imborrable son aquellas que se vivieron con tal intensidad que nada supera su recuerdo, o casi nada.

En un momento de mi vida acabo sola en Florencia con la premisa impuesta por mi señor padre de, “ya que vas, no pierdas ni un minuto de tu tiempo allí”. El caso es que yo, obediente como ninguna, no sólo me matriculé en mis estudios oficiales, sino que también me inscribí en cursos de italiano, arte local, cocina internacional y formación en guía turístico. Así entre conocer gente, paninos, arte y más arte, descubrí lo variado del espíritu humano y  cómo las influencias de tu lugar de origen te condicionan en tu visión del entorno. Por ello me quité roles preestablecidos y me liberé de todo prejuicio.

Una de las personas que conocí era una canadiense con habitación propia en la residencia donde yo vivía, algo mayor que el resto de chicas e igualita a Jodie Foster. La colega era la envidia de todos ya que no pasaban dos noches sin repetir acompañante italiano en su cuarto. La seducción yanqui o canadiense, yo que sé que era. Alguien decía que la Foster estaba forrada y pagaba cenas de aúpa. A mí me caía bien y chapurreaba el italiano de forma muy graciosa, era expresiva y bastante simpática.

El caso es que la Foster y yo coincidimos en los cursos de cocina. Como éramos un grupo muy internacional, la profesora, para chasco mío que pensaba que íbamos a ponernos moraos a pasta, propuso que cada uno de nosotros elaborase un plato de nuestra tierra. Yo con 19 años no sabía ni freír un huevo. El caso es que llega el turno de la canadiense y dice que ella va a hacer tortilla de patatas. Yo pensé que era una broma, hay que joderse, es imposible que esta pueda hacer tortilla de patatas. La cuestión es que se pone a ello y lo primero que hizo fue coger dos bolsas de patatas fritas y sin abrirlas espachurrarlas bien hasta dejarlas en mini trocitos, yo flipando en mil colores, y luego coge los huevos mezclados con nata y pimienta negra y lo echa todo en una sartén, le dio un par de vueltas y tortilla de patatas del lago Ontario y tal.

El grupo se puso morao con aquél pastiche y yo hiperventilando a tope.

La cuestión es que ahora he visto a varios cocineros por Instagram haciendo algo parecido con bolsas de patatas elaborando nuestra famosa tortilla. Más de 30 años después, resulta que mi compañera la promiscua tenía razón es su tortilla deconstruida.

Yo algunos días más tarde cociné la nuestra españolísima, no sin antes gastarme una pasta en una cabina de teléfonos con mi tía Mª Luisa de Málaga, que me aconsejó sofreír unos pimientos verdes antes en el aceite que me iba a dar un puntito de sabor que no se podría aguantar.

No estuvo mal, pero nunca superé la seducción de la canadiense, esa mujer que iba por la vida sin miedo al qué dirán, sin sujetador y sin pudor.

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