PEDRO CABALLERO​

Pulpo al horno

El café de Rick

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

No pretendo pisarle el patio a mi vecino de columna Ramón Avilés, a pesar de que en el célebre café, que la mítica película situaba en Casablanca, se pudieran ver desde tés morunos a cucharadas de caviar, pasando por cognacs, vino francés o botellas de Dom Pérignon. Porque, no es el análisis gastronómico del film lo que me ocupa sino, más bien, el ambiente que se recrea en el establecimiento que regentaba Rick, encarnado por Humphrey Bogart.

Y es que, pensando en los no-lugares, se abre una categoría distinta con un punto atractivo y romántico, a mi modo de ver. En tiempos de incertidumbre, conflictos y desplazamientos demográficos surgen lugares donde, como caladeros, se van concentrando gentes que huyen (o andan detrás) quién sabe de qué cosas. Lugares de paso en los que establecerse permanentemente.

Ese interesante ambiente de apátridas y de clientela heterogénea e inclasificable se encuentra hoy día en muchos lugares que salpican nuestra tierra, especialmente en zonas de costa, donde recalan nómadas de origen diverso. Así, bien sea por el golf, nuestro sol de invierno, el contrabando o la huida del avance de los tanques de Putin, determinados sitios que no sospechábamos que existían se llenan, en resorts o al borde de carreteras, de gentes que buscan cócteles, buena comida internacional y terminar con música en los oídos mientras cae un whisky de etiqueta verde.

Así como cuando quieres encontrar caras conocidas aflojas el paso por Alfonso X, frente a las vitrinas del Café Bar, o buscas que alguien levante la mano entre las cabezas de la terraza del Fénix, en esos momentos en que no quieres conocer a nadie, lo mejor es pasar por Sucina. Entrar en La Destilería y pensar en probar un correcto sushi, pizzas bien ejecutadas y uno de los mejores ceviches que hay por la zona. No habrás visto, ni probablemente vuelvas a ver, las caras de los comensales que pueblan las mesas, generalmente británicos, que tendrás alrededor. Un barman colombiano te prepara una buena combinación de mezcal antes de que la camarera francesa te vierta un bucólico palazo de queso raclette sobre una fabulosa hamburguesa de angus.

Pero si hay un lugar que me evoca esa atmósfera del Café Americano de Casablanca, y en el que me encuentro en mi salsa como mero observador, imaginando historias, es el Browns de La Zenia. Son malos tiempos para la épica. Y no confío en ver una escena que erice la piel como la entonación de La Marsellesa a coro en aquel café. Más bien al contrario, podemos ver a ucranianos que han dado la espalda a la guerra limitando con un grupo de rusos de negocios en la mesa de al lado. Nórdicas de despedida de soltera, inglesas de vacaciones o alemanes retirados. El amigo que se fue a vivir a la playa, concejales de Murcia con casa en Campoamor o constructores de Orihuela con motivos para descorchar. La clientela, como el servicio: respetuoso y centrado en lo suyo. Tan variada como la carta, en la que se eligen desde mejillones al curry thai o un salmonete de Santa Pola, pasando por jamón ibérico o col hispi ahumada con salsa de miso, para llegar a un tomahawk de simmental suiza. Todo correcto en cocina. Y perfecto en barra, donde nunca falta un trago y donde la coctelera no para de sonar. Todo bajo la mirada de Brown, nuestro Rick, anglosajón con pedigrí hostelero neoyorquino. Desde el desayuno hasta la cena. Con ese continuo de todo que culmina con música cuando cae la noche.

Sin duda, lugares para los que no quieren tener un lugar. Entrar en una burbuja apátrida, pero al lado de casa. Perfecto para perderse y dejarse llevar por la carta. Para observar y fabular. Para disfrutar y no ser encontrado. Aunque, quién sabe, quizás reencontrarse con esa persona que ya no se esperaba ver nunca. Y pedir al Dj (a falta de pianista) que suene, una vez más, la canción del recuerdo de lo que fue.

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