PEDRO CABALLERO​

Pulpo al horno

Los no lugares

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Reconozco que tiro mucho de este concepto, pero es que desde que conocí la obra de Marc Augé, quedé impresionado por el significado de algo que ya es tan cotidiano y vivimos día a día como es lo que representa el concepto de los no-lugares.

Están por todas partes, en cualquier calle, hay que estar atento porque hoy los ves, pero mañana no sabemos. Solo están, pero no significan.

Pero primero veamos qué son lugares. Los lugares ocupan, delimitan y dan escenario a todos los atisbos de nuestra realidad, pero hay unos lugares específicos que contienen nuestra parte de realidad disfrutona, de compartir, de saborear, de deleitarnos y de relación social. Podríamos decir, por tanto, que el bar (mesón, café, restaurante…) ha desempeñado el papel de encuadrar desde nuestras vivencias más cotidianas hasta las ocasiones más especiales. Es decir, significan. O al menos así lo hacían tradicionalmente en la modernidad.

El antropólogo francés define los lugares con tres rasgos comunes: lo identificativo, la función de lo propio; una segunda como un rasgo relacional y, por último, el rasgo histórico de lugar, que alude a la estabilidad de éste. Pero la transformación vertiginosa de lo posmoderno hace que el mundo que conocemos esté en constante evanescencia. Hemos visto morir lugares, resignificarlos, reapropiárselos…

La trasformación de la realidad sólida en el concepto de cultura líquida que introdujo Zygtmun Bauman hace que vivamos un mundo en constante cambio en el que la realidad, como líquido, se nos escapa de las manos. Con lo cual, muchos lugares no pueden mantener su forma por periodos prolongados.

Los no-lugares son sitios de tránsito, puertas de embarque de aeropuertos, dan esa sensación que tienes en el finger antes de subir al avión, el túnel de Atalayas, la rotonda de Ronda Sur… Pero también transitamos por muchos no-lugares en hostelería. Si en la modernidad hubo gente que nació y murió pasando por la puerta del Bar Rhin o almorzando en Los Zagales, o comprando pasteles en Bonache, que fueron escenarios significativos en sus vivencias, hoy vemos aquí y allá no-lugares por los que pasamos, o incluso entramos, pero sin significado ninguno.

A algunos los ves levantar la persiana, con otro rótulo, donde antes de ayer ya hubo algo parecido y sabes que va a durar poco. Le das un curso, si acaso. Son pop-ups. Surgen, cuelgan cuadros de Nueva York, están y, cuando vuelves de la playa han desaparecido. Entras a tomar algo de vez en cuando porque están debajo de la oficina o en el camino directo a casa, pero no te molestas en saber el nombre de la camarera, ni ella el tuyo, porque el día menos pensado ya no estará. Habrá otra. Y después del verano, ninguna. Nunca esperas que con sólo cruzar el umbral empiecen a preparar el café que siempre ordenas, como si fuera el Río.

A veces, un destello, un montadito original y sabroso con vinos sorprendentes por copas, pero no te entregas. Alguna vez das con uno que te llena. Por qué no decirlo, te gusta. Pero no te enamoras. No quieres enamorarte para no sufrir cuando se desvanezca. No quieres que te signifique y así no habrá qué reprocharse. Nunca llevarías a tu padre a que lo conociera.

Pero no catalogo un no-lugar solo porque huela a efímero. Los hay estables y prósperos. Pueblan centros comerciales o calles muy transitadas. No solo sirven comida rápida o basura, también los hay colmados de tartares de salmón con aguacate y cruasanes recién horneados. Con pretensiones. Pero no lo ves para celebrar ese 40 cumpleaños porque temes que se evapore el recuerdo. Son sitios a los que nunca iría nadie, pero siempre están llenos.  De hecho, en esa liquidez baumaniana que vivimos, los no-lugares van ganado terreno a los lugares, y hay una asimilación de aquellos por parte de la ciudadanía. Pero la relación del cliente siempre será distinta con esos sitios. Nadie va a probar lo que hace cierto cocinero porque nadie sabe quién es. Nunca podrán consolidar un plato identificativo en el imaginario colectivo porque el individuo allí no llega a tener identidad sino que transita como quien lo hace por una moda. Pero seguiremos viendo más y más.

Igual, sin ir más lejos, estás leyendo estas líneas desde un no-lugar, esperando a que el camarero, anónimo, te ponga el café para llevar.

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