TOMÁS ZAMORA

Al pie del fogón

… y al vino, vino (3ª y última parte)

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Cuentan que no tenía mal aspecto el día de la autopsia. Ocho personas rodeaban al yaciente: cuatro médicos ingleses, oficiales del estado mayor, ejecutores testamentarios y el doctor Francisco Antommarchi que dirigía la necropsia. Napoleón Bonaparte era el ilustre finado. Se sometía al escrutinio de la ciencia para explicar la causa de su muerte.

Sépase que, según el informe de la autopsia, midió exactamente cinco pies, dos pulgadas, y cuatro líneas, es decir 1,69 cm, ergo, no era tan bajito como cuentan. Del resto del informe les ahorro idas y venidas de humores y colores, de casquería y demás espeleologías cárnicas, lo más destacable es la presencia de una úlcera sangrante en el estómago, muy probablemente cancerosa. Sin embargo, no fumaba habitualmente y solo bebía buen vino con moderación.

Marie-Antoine Carême fue un reconocido chef francés y gran gastrónomo, que opinaba de Napoleón que era maleducado en la mesa; relata que comía agarrado al plato y con la cabeza metida en él. Deglutía a tal velocidad que a veces sus invitados venían cenados de casa a compartir mesa con semejante personaje. Sin embargo, amaba el vino.

Disfrutaba de uvas y vinos italianos como el Rossese de Dolceacqua o blend de Liguria y, por supuesto, franceses como el Sauvignon Blanc de Poully-Fumé y, cómo no, el champán Moët & Chandon. Sin embargo, cuando aún era un jovenzuelo y actuaba como oficial de artillería en departamento de côte-d’Or, conoció el vino que le acompañaría hasta el final de sus días: el Chambertin. De la variedad Pinot-Noir, hoy día tiene su origen en Gevrey Chambertin, son 310 hectáreas situadas en pendiente, entre 240 y 280 m de altitud.

En numerosos textos su ayudante de cámara Louis Marchand dejó constancia de que no había campaña en la que el Chambertin no acompañara a Napoleón, desde los fríos extremos de Rusia a los calores infernales de Egipto. A pesar de lo que sufren los vinos con las vibraciones, movimientos y temperaturas extremas, sepan que el Emperador hizo embarcar sus barriles de vino en la localidad francesa de Fréjus y, tras una travesía de 2843 Km por el Mediterráneo, arribó a costas egipcias y paseó el vino en camellos un buen trecho. A pesar de todo, el secretario de Napoleón dejó constancia de que el vino estaba bien.

A estas alturas pueden pensar que le estoy echando la culpa al vino de la muerte de Napoleón por haberle causado una úlcera cancerosa, pues no es así. El padre falleció a los 38 años por la misma causa, dejando esposa y ocho hijos, y no se nos escapa el factor de riesgo hereditario de esta enfermedad.

En la década de los cincuenta, ya en el siglo XX, Sten Forshufvud analizó el cabello de Bonaparte y encontró grandes cantidades depositadas de arsénico. La primera hipótesis que barajaron para justificar la presencia del tóxico fue el homicidio. Una vez descartados los sirvientes, que no tenían acceso a la comida del emperador de forma habitual, quedaron dos sospechosos: su devoto ayudante de cámara Marchand y el conde de Montholon.

Cuando Napoleón fue exiliado a Santa Elena, le acompañaron Charles Tristán, conde de Montholon y su esposa Albine de Montholon. Al parecer el emperador se entendía demasiado bien con Albine. Cuentan que el conde se apercibió del engaño y decidió no darle más lustre a su cornamenta, envió a su mujer a Francia y se quedó él. A partir de aquí solo hay sospechas sobre un hipotético envenenamiento …

En investigaciones posteriores, las teorías conspiranoicas perdieron fuerza ante un hecho que convertiría el asesinato en una intoxicación accidental: el color favorito de Napoleón era el verde de Scheele, llamado así en honor al químico que lo inventó. El emperador hizo pintar todas las paredes con ese color, cuyo pigmento era altamente tóxico. En la composición del tinte había arsenito de cobre que se iba liberando en pequeñas partículas al ambiente, y se respiraba por los habitantes de la estancia.

En conclusión, la úlcera tenía más de herencia paterna que de malos hábitos, el arsénico lo puso ahí el propio Napoleón y por último y más importante: el vino es inocente. Viva el vino.

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