TOMÁS ZAMORA

Al pie del fogón

Rou Jia Mo

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Era un tipo inquieto, el tal Qin Shihuang o Qin Shihuangdi, lo he visto escrito de las dos formas. Acometió la obra pública más grande del mundo: la Gran Muralla China; también unificó su país, su moneda, homogeneizó sistemas de medidas y pesos, regularizó la escritura, y en general hizo evolucionar a su pueblo, aunque ello fuera a costa del martirio y sometimiento de los que le rodeaban. Al parecer, la única descripción que se ha encontrado sobre el muchacho no lo deja bien parado: «Como hombre, el rey de Qin es de nariz ganchuda, ojos alargados, pecho de ave de rapiña y voz de chacal. De bondad tiene muy poca y su corazón es como el de un tigre o el de un lobo».

Después de siglos de guerras, en el 221 a. C., Shihuangdi conquistó los siete reinos que conformaban China. Cuentan las crónicas que arrasaba sin compasión, exterminando a los enemigos. Véase el ejemplo del reino de Zhao, que cayó tras masacrar a 450.000 soldados enemigos.

El conquistador se autoproclamó Soberano Emperador porque se sentía líder universal de toda materia viva y, además, pretendía gobernar el reino de los muertos.

Con tantos difuntos en su haber, Qin Shihuangdi se preocupaba por su futuro en el más allá, ya que esperaba que lo recibieran con todo menos afecto. Por otro lado, como otra cosa no, pero China está llenísima de chinos —esto no me lo discutirán—, reclutó a cientos de miles de sufridos obreros y se construyó el mausoleo más grande del planeta. Deportados, condenados y la población con edad comprendida entre 15 y 56 años debían trabajar en lo que sería la tumba más grande del mundo. Llegaron a establecer un nuevo distrito administrativo para reubicar a 30.000 familias a pie de obra. Para su protección en el más allá, se hizo fraguar un ejército de soldados, carros y caballos de arcilla.

Curiosamente, la dieta de los chinos en aquellos tiempos era bastante equilibrada. Contaban con abundantes cereales como el arroz, sorgo, mijo y trigo. Disfrutaban encurtidos de cebolla, ajo, pepino o nabos. La carne estaba más restringida, pero también era muy variada, con cerdo, pollo y pato. En ocasiones, la nobleza también comía carnes de caza como ciervo o faisán.

En las calles de Xian hoy día es habitual encontrar una comida callejera llamada Rou Jia Mo, que data de los tiempos de Qin Shihuang y está considerada la primera hamburguesa de la humanidad. Se trata de un bocadillo de un pan parecido al de pita, conocido como Bai Ji Mo, relleno de carne cocida muy lentamente con especias y jengibre, que se llama La Zi Rou; la carne suele ser panceta de cerdo, pero también se realiza con cordero o ternera.

Este prototipo de hamburguesa, en el año 2016, fue declarado por la Unesco Patrimonio Inmaterial de Shaanxi.

Todos los súbditos de Shihuangdi cumplían las órdenes absurdas de su líder, obsesionado con la inmortalidad y la megalomanía, y entre hamburguesa china y cereales construyeron el famoso ejército de terracota.

En 1974, los hermanos Yang perforaban el suelo para realizar un pozo y jamás se podrían creer lo que se escondía a escasos metros de la superficie.

Ocho mil soldados de arcilla se distribuían en veinte mil metros cuadrados con carros y caballos, distinguiéndose unos de otros porque las caras de los guerreros fueron elaboradas con una fisonomía diferente. También encontraron ballesteros, aurigas, soldados de alta graduación y hasta el último detalle preparado para el combate.

Además de los ejércitos, el centro del mausoleo está rodeado por un doble muro. Todo para proteger el túmulo funerario de 1.640 metros de circunferencia, que parece guardar impresionantes tesoros, pero que aún no ha sido penetrado ni por arqueólogos ni por saqueadores, ya que, por un lado, temen que se venga abajo, o que sean presa de las múltiples trampas mortales que dejó tras de sí el gran Qin Shihuangdi. Menos mal lo de la hamburguesa Rou Jia Mo, ¿no?

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