TOMÁS ZAMORA

Al pie del fogón

Monas con huevo

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Todavía recuerdo lo desesperante que era aguantar, de niño, en las sillas de madera a que comenzara la procesión. Mi madre gestionaba los tiempos como podía: ora me caía un pescozón, ora un cartucho de chufas, ora un pellizco de monja. Lo que no faltaba nunca era el “cuando venga tu padre, te vas a enterar”.

Y así pasaban minutos como horas y horas como días. La gitana nos cobraba las sillas y entonces, cuando ya brillaban las farolas, aparecía mi padre con una bolsa de la confitería Bonache llena de cosas ricas.

Ya se oyen las motos que abren el desfile, y los de los carros, con las almendras garrapiñadas, el algodón de azúcar, las manzanas bañadas en caramelo, las pipas y mil cosas más, se apuran en cobrar para que no les pille la procesión.

Empezaban a pasar los penitentes y la verdad es que me acojonaban un poco, hasta que me caía el primer caramelo, y entonces me acordaba de que allí debajo había “gente”. Mi padre me apuntaba “¿has dado las gracias?” en todos los jodidos caramelos que recibía.

Mi hermano me señala un pie descalzo que sale bajo la túnica y, sonriendo, pregunta “¿le echamos un escupitajo?” (a esa edad todavía no se lanzan lapos). Mi padre lo escucha y cae reparto de capones, a mi hermano por decirlo y a mí por escucharlo. El nazareno continúa sin lluvia de salivilla y la cosa no pasa a mayores.

A la altura del tercer paso ya llevamos casi llena de golosinas la bolsa de El Corte Inglés.

Disfrutamos de un pastelico de carne que cruje de alegría entre mis dientes, y llueve el hojaldre en los pantalones. De pronto, y sin previo aviso, mi padre saca con disimulo una mona con huevo de la bolsa. La proteína del óvulo gallináceo había sufrido un proceso de desnaturalización irreversible por calor, lo que toda la vida se ha llamado un huevo duro, o cocido. Sigamos: mi padre extirpa el huevo de la mona y, de un certero giro, me lo estrella en la frente para cascarlo.

Me quedé en shock, ¿a qué vendría semejante agresión? No era capaz de pensar claro porque el huevo más parecía mármol que cáscara, clara y yema. El traumatismo cráneoencefálico, asociado seguramente a 15 días de collarín por esguince cervical, me dejó que no sabía si llorar o respirar.

Me explica mi padre, entre risas, que es una tradición y que da suerte al agresor y al agredido. Al parecer, era verídica la historia.

En Cataluña, el lunes después del Domingo de Ramos, los abuelos y padrinos regalan una mona a sus nietos y ahijados. La cosa es más civilizada. Además, la tradición ha evolucionado y ahora hacen figuritas de chocolate y otras delicias de repostería.

No me ha satisfecho la investigación sobre el origen de la mona, porque igual se remonta a las celebraciones que se hacían en la antigua Grecia en honor de la diosa Artemisa, llamadas Muniquias, que se atribuye a los romanos y su costumbre de hacer ofrendas a la diosa Ceres en el mes de abril con huevos en un recipiente llamado “munda”.

Hay explicaciones más simples y a la par peregrinas, como la que sugiere que los antiguos católicos más ortodoxos consideraban los huevos como carne, y que los cocían durante la Cuaresma para conservarlos, y tras la Semana Santa los ponían en la masa de bollería.

Todavía hay alguna explicación más, pero apuesto a que quieren saber cómo acabó la agresión huevera de mi infancia.

Una vez recibí las explicaciones oportunas de lo de estallar el huevo en la frente del vecino, me pareció algo muy divertido. En el primer descuido de mis progenitores trinqué la bolsa de las monas y le arreé un monazo a mi hermano, sin molestarme en sacar el huevo para no perder tiempo.

Fui reprobado de modo contundente. ¿Se lo pueden creer?

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