TOMÁS ZAMORA

Al pie del fogón

Magdalena: un dulce gentilicio

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El reino asmoneo, descendiente del pueblo macabeo, estableció en Galilea su primera gran ciudad, conocida en aquellos años (segunda mitad del siglo II a.d.c.) como Magdala.  El gentilicio de las señoras de esas tierras era, por tanto, magdalenas; la más famosa de las magdalenas de la historia sigue siendo María Magdalena. Sin embargo, no está nada claro que el famoso bollito que nos deja el café con leche en medio vaso, en cuanto lo mojamos un poco, sea llamado así en su honor. De hecho, el lingüista Joan Corominas es de los pocos que sugiere que “quizá se llame magdalena porque se emplea para mojar y entonces gotea llorando como una Magdalena”.

Por otro lado, ¿es magdalena o madalena? Les recomiendo el delicioso artículo de nuestro paisano, el franciscano don Francisco Gómez Ortín “Rebelión fónico-ortográfica magdalena/madalena”.

En ese artículo, el autor encontró en más de cuarenta marcas del bollito en cuestión prácticamente la misma cantidad de magdalenas que de madalenas. También se dio cuenta de que el “fallecimiento” de la letra g era más frecuente en el levante español, teniendo como epicentro a la Región de Murcia, cosa que no nos sorprende puesto que somos bastante aficionados a la economía fonética y tendemos a ingerir letras como la fricativa alveolar sorda, vulgo “s”, al final de las palabras.

Volvamos al origen de las magdalenas:

El destronado rey de Polonia Estanislao I Leszczynski, recibió de su suegro el también rey Luis XV de Francia los ducados de Lorena y Barrois a modo de consuelo. Frecuentaba como residencia de verano el castillo de Commercy donde recibía a la nobleza de la época. Por un lado, cuentan que en cierta ocasión, cuando iba a celebrar alguna cena de gala, le falló el cocinero al rey, y una sirvienta del castillo llamada Madeleine Paulmier, preparó un postre que triunfó esa noche, y que pronto saltaría a las cocinas de Versalles, llegando a ser conocido en toda Francia. En honor a la cocinera eventual se bautizó el postre con su nombre.

Por otro lado, hay quien cuenta que lo que ocurrió en realidad es que el rey Estanislao se coló en las cocinas y encontró Madeleine, la joven campesina que estaba al servicio de una de las invitadas a cena, la marquesa Perrotin de Baumont. La sirvienta estaba elaborando ese postre, para agasajar al monarca que lo probó y le encantó.

No le daba mucho crédito a esta versión, por no imaginarme a un rey rondando la cocina del castillo, hasta que he podido ver un retrato de Estanislao I Leszczynski, y créanme que el personaje está entradico en carnes y hasta llego a dudar que su oronda cara pueda ser efigie de una moneda que quepa en un bolsillo, por lo que me da a mí que era asiduo de alacenas y despensas.

Por último, existe otra versión del origen de las madalenas. En este caso se atribuye su creación a una doncella que en el Camino de Santiago vendía unos dulces esponjosos con forma de concha, que es símbolo de las peregrinaciones a Santiago. ¿Adivinan? La chica se llamaba Magdalena.

Lo que sí les hago cierto es que la primera vez que aparece “magdalena” definida como “bollo” en el diccionario es en 1855 y que en 1869 fue mejorada su descripción con “bollo pequeño en forma de lanzadera”.

Llámenlo magdalena o madalena, pero por favor no se refieran a ellas como cup-cake o muffins que son anglicismos muy ordinarios.

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