Ustedes me leen ahora porque alguien -a quien estoy muy agradecido- consideró que mi opinión en esto del comer y del beber, en puro hedonismo, era algo interesante. No creo que sea más ni menos que la de muchos otros, pero no voy a dejar pasar la oportunidad de transmitir mis pensamientos sobre la cosa gastronómica. Eso que tanto nos trae de cabeza desde que la vida es vida pero, de modo especial, en las últimas décadas. Así que aprovecharé el espacio otorgado para contar cosas sobre lugares, productos, hechos biológicos, historias, antropología… ligadas al asunto de “la buena mesa”.
Pero empecemos por los entrantes. Esto es, justificando el nombre de la columna, que no es más que mi humilde homenaje a la tierra en la que nazco y pazco, tan injustamente ideada y tratada en tantos órdenes de la vida y, cómo no, en lo culinario. Pues es comprobado que quien por aquí pasa suele, tarde o temprano, exclamar lo bien que se come en Murcia con auténtica perplejidad no impostada, como dándose cuenta, de golpe, de que existía un tesoro del que nadie les había hablado. Y viene aquí que ni pintado, en lo referente al cefalópodo aperitivo horneado, un refrán que mienta tierras gallegas -ya saben por dónde voy- que dice que el Sil lleva el agua y el Miño, la fama.
Pero no vean esto como una declaración de intención de aburrirles en las sucesivas oportunidades con nuestro chauvinismo regional. Ahí queda, pero espero que el resultado sea algo más global, como no puede ser de otra forma, dada la realidad de la experiencia gastronómica que vivimos y disfrutamos en nuestros días por todo el planeta. Eso lleva a preguntarnos qué es lo que ha cambiado para que algo inherente al humano ocupe ahora ríos de tinta, y millones de horas en medios.
¿Por qué tanto interés en torno a la gastronomía? ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué esta publicación? Es pertinente preocuparse por la causa de que algo que el ser humano hace desde antes incluso de serlo, de repente, suscite tanta atención, tanto seguimiento y tanto movimiento. No es mi voluntad sentar cátedra, pero creo que la revolución ha sido que haya trascendido el hecho de mera función vital de los seres vivos para ser algo más: un hecho cultural. La revolución gastronómica es a la nutrición lo que la revolución sexual a la reproducción, lo que la revolución digital a la relación. Por eso se hace, en sí misma, objeto de observación como fenómeno.
Con las necesidades básicas cubiertas, los humanos pasamos de la subsistencia a la creación y a la apreciación. En lo referente al comer y al beber ha habido una transformación de la cocina popular, sencilla en procesos, pero rica en sabores y equilibrio a la cocina burguesa, elegante, creativa y con una intención ociosa, artística y del deleite sensorial. La permanencia de la primera y la irrupción de la segunda nos permite que seamos muchos los que gozamos del hecho culinario y queramos comentarlo, discutirlo y, sobre todo, compartirlo. Pues lo dicho, por aquí nos leemos. ¿Qué opinan ustedes, apetece?