PEDRO CABALLERO​

Pulpo al horno

El teleclub

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Paredes blancas y ambiente luminoso que propician los grandes ventanales por donde se cuela el sol que vence a la calima. Un murmullo elevado pero no desagradable en el que, ocasionalmente, destaca alguna subida de tono, seguida de una risa que viene de la barra. Alguien que, en chanclas y bermudas, y con fuerte acento canario, hace reír a unos operarios que soportan el caluroso vestuario laboral de una empresa instaladora. Para huir de ese runrun se puede elegir terraza, pero siempre se pierden matices, detalles, gestos de los camareros que pueden ofrecer alguna pista…

Es un Teleclub. Nombre llamativo para la mente del siglo XXI, pero que simplemente partiéndolo por su mitad caemos en el origen de la existencia de ese tipo de local. Y es que ya nos cuesta entender que hace solo unas décadas tener una televisión era un lujo y, en algunas zonas rurales y lejanas, simplemente un imposible. Así, en 1960 el Ministerio de Información lanzó la creación de unos locales sociales donde la gente de zonas poco pobladas y alejadas de mayor “civilización” pudiera acceder a la información y la cultura a través de aquel novedoso invento. Al mismo tiempo, que hubiera un teléfono y sirviera de centro social, vertebrador de pequeñas comunidades difícilmente comunicadas con otras. Hoy, que llevamos televisión, teléfono y red social en el bolsillo, parece irreal que pudieran existir estos lugares.

                Es en la isla de Lanzarote, donde por las características de las pequeñas poblaciones diseminadas del interior, se han mantenido estos locales de encuentro y de animación de la vida social y cultural de la zona. Si nacieron para recibir la información que venía de la península, hoy revierten su sentido para dar a conocer, a quien llega de fuera, su cultura y su gastronomía. Y es que, normalmente regentados por alguna familia, han sido la correa de transmisión de los platos tradicionales canarios que permiten salir un poco de los ambientes turísticos y la pizza tex-mex que se ofrece a la guiriosfera junto a las playas.

Ahora que desde el sureste estamos bien conectados con nuestro archipiélago africano recomiendo la visita de estos salones, donde se suele ser muy bien acogido y atendido. En muchos casos no ofrecen carta y, al entrar, se encontrará una pizarra grande, donde se puede leer en letra de tiza toda la oferta gastronómica que ofrece el lugar: pescados fritos, en forma de churros o pieles de morena crujientes. Quesos, en muchas ocasiones fritos, y croquetas caseras. Platos “de cuchara” como el gofio o unos garbanzos o ropavieja de pulpo (imprescindible) que se agradece el estómago tras un par de días en hábitat de paseo marítimo.

No suelen alardear de bodega (pocos restaurantes en la isla se lo permiten) ni ofrecer las ricas malvasías volcánicas de productores cercanos, pero no es arriesgado tirar de tinto de la casa para acompañar una carne de cabra estofada, normalmente muy bien tratada y que resulta ligera, en paladar y en barriga. Y si al terminar con los guisos queda vino en la copa, se puede rematar con los estupendos quesos locales.

Uno, que por error suele intentar buscar homólogo de lo que ve en lo que siempre ha conocido, traduce los teleclubs a los merenderos o “juegos de bolos” que, en zonas perdidas (o no tanto) de la huerta de Murcia solían (y suelen) ser lugar de encuentro y de mantenimiento de bocados y de prácticas autóctonas tradicionales (y que merecen artículo aparte). Unas papas arrugás con mojo picón en lugar de unas patatas asadas con ajo,y tomar un barraquito en lugar de un belmonte mientras se consulta en el tablón la clasificación de lucha canaria en lugar del ranking de palomistas.

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