Parece que fue ayer: en la tele los dos rombos de la esquina superior derecha de la pantalla nos mandaban a la cama a los críos. Cabreados enfilábamos el pasillo a sabiendas de que la peli o era de tiros y palos de los chulos o era un rollazo, pero de vez en cuando salía una teta. Ya se habían quedado atrás, según cuentan, los viajes a Perpignan para ver a Marlon Brando bailar el último tango de Bertolucci, o a la lozana Sylvia Kristel sentada en su sillón de mimbre modelo “pavo real”, con un seno al aire.
A finales de los años 70, Esteso y Pajares llenaban las salas con un humor de trazo grueso que colaba desnudos, vinieran a cuento o no. Estas películas tuvieron su momento, eran tiempos de trasgredir y sentirse libres. Pero no todo el cine erótico se basaba en prototipos de Torrente, en esa década Bigas Luna estrenaba “Bilbao”, Vicente Aranda expuso “La muchacha de las bragas de oro”, y Luis Buñuel hizo lo propio con “Ese oscuro objeto del deseo”.
Esas películas eran conocidas, entre las bocas aún moderadas de los españoles, como “picantes”.
Probablemente se escogiera ese vocablo para definirlas porque la respuesta que produce su visualización en las personas es similar a la respuesta fisiológica ante un alimento picante: Rubor, aceleración del ritmo cardiaco, liberación de endorfinas, alto nivel de alerta con aumento de la sensibilidad subjetiva, sudoración… Incluso hay un estudio de Bègue L. y col. de 2015 que explica que “el consumo de comida picante en hombres se relaciona con los niveles endógenos de testosterona.»
La sensación picante en los alimentos no la provoca una sola sustancia, por ejemplo, en la pimienta es la piperina, en el ajo la alicina, en el jengibre hay un suave picor provocado por el gingerol, en el wasabi o la mostaza son los isotiocianatos los que facilitan esa sensación, pero sin duda, la joya de la corona es la capsicina presente en los pimientos y los chiles.
En el año 1912 Wilbur Scoville ideó una escala para medir el grado de picante que producía la capsaicina en los alimentos. Disolvió extracto de chile en agua azucarada y lo iba diluyendo sucesivas veces hasta que el picante fuera imperceptible, las unidades se llamaban “unidades de calor Scoville” (SHU), cuantas más diluciones precisara, más potente sería su efecto picante. Por ejemplo, un pimiento verde que no pica tiene 0 SHU, el pepperoni entre 100 y 500 SHU, los pimientos de padrón de 2.500 a 5.000 SHU, la cayena de 30.000 a 50.000 SHU y así hasta llegar a los alimentos ultra picantes.
En el año 2003, Edie Currie fundó la PuckerButt Pepper Company en Carolina del Sur. Cuenta con la granja de pimientos orgánicos más grande de USA y factura más de 1 millón de dólares. Saltó a la fama por cosechar la variedad de chile más picante del mundo, llamada Carolina Ripper con 1.569.300-2.200.000 de unidades SHU. El propio Currie entró en el libro Guinness de los récords, en el año 2023, al superarse a sí mismo con su Pepper X (2.800.000-3.180.000 SHU) y erigirse como creador del chile más picante del globo.
Hoy en día hay otras maneras de medir la potencia de los alimentos picantes, la más eficaz y científica es la cromatografía líquida de alta eficacia (HPLC).
Todo esto está muy bien, pero seguro que lo que se están preguntando es: ¿Cuántas unidades (SHU) provocan los glúteos brillantes y en penumbra de Mel Gibson? ¿Y el cruzar de piernas de Sharon Stone en la sala de interrogatorios? ¿A qué sí?