La tradición celta divide el año en claro y oscuro; el año claro comienza el día 1 de mayo y el oscuro el 1 de noviembre. En esta cultura los días empiezan al atardecer y, por tanto, la noche del día 31 de octubre inician la celebración de este año oscuro llamado Samhain. La fecha marca el final de las cosechas, la guarda del ganado y la bienvenida del invierno. Los celtas se disfrazaban y enmascaraban en torno a hogueras para no ser reconocidos por los malos espíritus. Todo este folklore de protección de demonios y malos espíritus derivará en el Halloween de muchos países angloparlantes, aunque también la cultura celta arraigó en la península, con alguna variación.
Un monje benedictino, allá por el siglo XVI, prepara masa para pan en las cocinas del convento. Está enfurruñado, mascullando entre dientes, porque la fiesta pagana de los muertos le come terreno a la tradición del día de Todos los Santos. Lleva la frente blanca de harina porque a veces se le escapa una maldición y mecánicamente se santigua.
Una vez “metido en harina”, nunca mejor dicho, el fray decidió contraatacar con repostería a las aficiones paganas. Con una pasta de almendras mezclada con azúcar y huevo (mazapán) y más azúcar y yema de huevo para la cobertura, formó unos canutos a los que dio la forma de la osamenta humana e inventó los “huesos de santo”.
Se desconoce el nombre del monje y hasta el del convento, y no tendremos más noticias del dulce hasta que, un siglo después, el jefe de cocina de Felipe II, Francisco Martínez Montiño, lo incluyera en un libro de recetas.
Si bien los huesos de santo se encuentran en cualquier pastelería de España, en Murcia nos endulzamos la pena de los difuntos con más comidas tradicionales. Este año en la plaza de San Pedro, como de costumbre, se instala el mercadillo en que poder disfrutar de esta peculiar gastronomía. En los puestos, antes veíamos a las señoras con manoplas y mantones de lana pasar las horas atendiendo a los parroquianos, ahora se les ve con un polar del Decathlon y el inevitable iPhone, pero la tradición perdura. Este año desde el 24 de octubre hasta el 4 de noviembre podremos encontrar dulces y maravillas como el pan de higo, o la miel de todas las clases y procedencias.
Las tablas del escenario volverán a escuchar a Don Juan interpelar al “ángel de amor” sobre la claridad de la luz de la luna y la calidad del aire.
El barrio es un ir y venir de crisantemos y trapos para adecentar los lechos de los ausentes.
El del tercero derecha se afana en hacer buñuelos de viento porque sabe que con cada uno que se coman sacan un alma del purgatorio, sin embargo, su mujer le recuerda que ella sí que está en el infierno porque lleva gastadas dos botellas de aceite, y no están los precios para bromas.
En el primero izquierda, una abuelica está bien provista de esa delicia que es el jugo de los higos hervidos y colados llamado arrope. Semejante ambrosía se acompaña del calabazate que puede llevar membrillo, melón y boniatos. De su casa sale un aroma celestial de corteza de limón, canela y semillas de anís. Sin duda la abuela está haciendo gachas para el arrope y calabazate.
Don Juan sigue insistiendo y al “ángel de amor” le llama ahora “paloma mía”.
En el quinto escucho estallar los tostones ahogados por la tapa de la olla, y felices por el anís seco.
Maribel, la del tercero, homenajea a su abuela cambiando las sábanas y acicalando la habitación para esperar a las ánimas de sus antepasados, que volverán este día a su hogar a descansar.
Doña Inés afea a don Juan que este año no hinque la rodilla mientras trata de seducirla, y este le enseña un justificante del médico porque se ha roto el menisco … y es que hay tradiciones que deben perdurar, pero ya vamos teniendo una edad.