Vivo rodeada de artistas, vivos, afortunadamente, la mayoría. El proceso creativo es absolutamente individual pero en muchos aspectos un artista y otro coinciden, ya sean músicos, escritores o artistas plásticos. No sé muy bien como nace la necesidad de crear, actualmente he coincidido con uno de ellos con un mundo interior que de vasto y amplio, que es o ha sido, sólo ha podido ser plasmado en obras al óleo que almacenaba en su casa, sin mayor pretensión que el proceso creativo y el exorcismo personal. Me sorprende la introspección de este artista muy diferente de la persona y la carga extrovertida de otros muchos que son un producto de marketing permanente. Los respeto a todos, pero me gustan más los primeros.
Decía mi amigo Taru, el psiquiatra, que todos somos actores, personas y personajes. En el mundo de los artistas esas líneas son a veces una sola. Pero, insisto, que me gusta.
De hecho me atrae el artista hiper sensible e inteligente, atormentado/a que pude mezclar sus procesos creativos con su vida como un buen cóctel complejo.
Uno de ellos es Jean Cocteau que fue poeta, novelista, ensayista, dramaturgo, pintor, crítico, cineasta y quién sabe qué cosas más. Inclasificable se dedicó a todo lo que se le ponía por delante, apasionado y osado, llegó incluso a pintar en diversas iglesias de algunos pueblecitos de la Costa Azul, esto último me parece maravilloso. Un artista weekend complex. Creador y creador, sensible y exhausto. Murió de un infarto cuando se enteró que había fallecido su amiga Edith Piaf. Tenía 74 años, no sabemos lo que pudo crear más si hubiera vivido otros 10 años.
Cuando surge alguien así se dice que es un “hombre del renacimiento”, pero han habido muchos y muchas y no sólo exclusivos de las artes, también hay muchas personas multifacetas, o que se reinventan sin pudor en mil cosas.
Yo recién salida de la universidad, y ya en ella, nos decían constantemente vais destinados al paro, vuestra única salida son las oposiciones al instituto. Menos mal, que aquello no tenía nada que ver conmigo. La sociedad ve como algo bueno la estabilidad, entiendo que lo es, pero es ¿estabilidad o monotonía?
¿Se imaginan un día en la vida de Jean Cocteau, una mes de vacaciones con él en una villa francesa, ni glamurosa, ni cutre? Su forma de enfrentarse a la vida, su necesidad de expresarse, el por qué de crear, si parar de trabajar, el talento atormentado. Su fuerza, sus vicios, su inteligencia. Hace años alguien escribió una artículo sobre él en que lo denominaba el “malabarista” del arte.
El otro día mirando la botella de whisky japonés que me había regalado sus majestades los Reyes Magos pensé en crear el cóctel Cocteau. Al igual que hace unos meses hemos creado la pizza Villanueva en honor al genio de la lámpara del Valle de Ricote. Para los curiosos, esta lleva: tomate de base, dos mezclas de quesos; mozarrella y emmental, rodajas de queso de rulo de cabra, tomates secos y anchoas. Bastante mediterránea, por lo que también podría ser la pizza Cocteau.
Ahora me queda elaborar un buen cóctel con whisky japonés.