No me adivinarán lo primero que se cocinó con un microondas.
La segunda guerra mundial llegaba a su fin, y la empresa Raytheon investigaba mejoras en sus equipos de radar, para el gobierno de USA. El ingeniero Percy Spencer se encontraba trabajando con magnetrones, que trasformarían la energía eléctrica en microondas electromagnéticas, muy útiles en la elaboración de radares. Portaba en su bolsillo del pantalón una chocolatina, que pasó de sólida a líquida al derretirse por efecto de las microondas que emanaban de los equipos. Y digo yo que, a no ser que el sr. Spencer vistiera calzoncillos de amianto, o los de hojalata del “Mago de Oz”, algo más se calentaría por allí abajo. Aunque no hay documentación sobre el estado de los genitales del investigador, llama la atención que la segunda prueba que hizo para ver ese efecto de las microondas fue acercando un huevo (de gallina, esta vez) al aparato, que terminó explotando. También hizo lo propio con maíz y alfombró el suelo del laboratorio de alegres palomitas, pop corn, las llamaba él.
En cualquier caso, y como creo que pueden estar sufriendo por la virilidad o la capacidad reproductiva de Percy, sepan que tuvo tres hijos, John, James, y George.
Percy Spencer desarrolló su descubrimiento y tan sólo un año después (1946), ya tenía registrada la patente. En 1947 se comercializó el primer horno microondas, que no arraigó con fuerza por sus descomunales dimensiones y peso: 80kg, y más de metro y medio de altura. Sería en los años 70 cuando eclosionó el mercado del microondas doméstico, al poder disminuir notablemente el coste y las dimensiones.
Nuestro protagonista tuvo un origen humilde, ya que mientras era criado por sus tíos, no pudo graduarse en la escuela primaria y a los 12 años ya trabajaba como aprendiz en un molino. Posteriormente ingresó en la marina como telegrafista, hasta que se unió a la compañía Raytheon en los convulsos años 20. Llegó a vicepresidente de la empresa, firmó 300 patentes y hasta un edificio lleva su nombre.
Actualmente, el microondas forma parte del paisaje de cualquier cocina y a pesar de sus ventajas presenta importantes inconvenientes. El proceso mediante el cual se calientan los alimentos radica en el hecho de que las microondas emitidas por el magnetrón del aparato, con una frecuencia que ronda los 2450 MHz y un campo eléctrico alterno, encuentran a las moléculas de agua de los alimentos que al ser polares (tener carga eléctrica) buscan alinearse con ese campo eléctrico cambiante girando sobre su eje a razón de cinco mil millones de veces por segundo. Esto provoca fricción y agitación molecular que termina por aumentar la temperatura. Por tanto, los alimentos que responden mejor al microondas son los que presentan mayor cantidad de agua o grasa, como es el caso de pescado y verduras.
Las microondas no doran, no penetran en el alimento más allá de 2.5 cm, no se distribuyen de forma regular por el alimento y son lentas para descongelar porque las moléculas de agua congelada son menos móviles.
¡Hay que ver lo que dio de sí la chocolatina (y lo que le acompañara) del sr Spencer!
Por último, dejo resulta una divertida duda: si las ondas del microondas y las de la luz pertenecen al espectro de las ondas electromagnéticas, y yo veo a través del cristal lo que ocurre en el aparato (es decir, las ondas lumínicas se escapan), ¿por qué no se escapan las del microondas?
Si se fijan, la puerta de cristal que deja salir la luz del microondas tiene una malla metálica con orificios de 1mm de diámetro, la luz visible tiene una longitud de onda de 400 a 700 nanómetros y como es lógico se escapa por los agujeritos, sin embargo, las microondas son de alrededor de 12 cm y por tanto no caben por los agujeritos.
¡Qué cosas! ¿Verdad?