TOMÁS ZAMORA

Al pie del fogón

Chiringuitos

Picture of Redacción 'The Gastro Times'

Se ve que el académico de la RAE que definió “chiringuito” no tenía muchas ganas de trabajar porque se conformó con “Quiosco o puesto de bebidas al aire libre”. Hay que tenerlos cuadrados.

Un chiringuito que se precie debe ofrecer algo de comer, aunque sean “ganchitos” en bolsa. Al suelo no le ha de faltar arena bien distribuida, alguna oliva pisada o en su defecto restos de patatas fritas; las cabezas de gambas, si las hubiere, hablan de la calidad superior del local. Suele haber de dos a cuatro cincuentones, metiendo barriga que tras la cuarta cerveza se ven con valor de sonreír inocentemente a las veinteañeras que no dejan de ponerle morritos al móvil. Tampoco es raro encontrar una madre primeriza que protesta por el olor, el sol, el aire… Y por supuesto abronca al marido porque en el chiringuito no hay microondas para calentar el potito del nene, a lo que el marido solo acierta a contestar “pero cari…” Y no olviden al niño cabrón que le arma un pollo tremendo a la mami porque quiere un Calipo antes de comer.  En fin, no digo yo que la RAE añada todo esto, pero se podían haber dado un poco de vidilla ¿no?

¿Qué dice la historia de los chiringuitos?

A primeros del siglo XIX, en las plantaciones de caña de azúcar de Cuba, Porfirio y sus compañeros hacen un descanso y a falta de otra cosa filtran el café molido con una media, el chorrito que sale se llama chiringo. Huyendo del calor construían unos chamizos con cañas y cuentan que se convocaban unos a otros para beber el chiringo con un “vamos al chiringuito”.

En 1943 el periodista y escritor César González-Ruano que había vivido en las principales capitales europeas, pasó del París ocupado por los nazis a Sitges. Allí descubrió un bar a pie de playa y lo utilizó como sucursal del diario La Vanguardia y la revista Destino. César lo bautizó como “el chiringuito” y por tanto este sería el primero de todos.

Esto es lo que defienden numerosos artículos, sin embargo, la realidad parece ser diferente. En un magnífico artículo de la periodista María José Carmona, se explica cómo la historiadora Beli Artigas echa por tierra ambas teorías. Artigas cuenta que en realidad el chiringo era una bebida alcohólica, destilada de azúcar de caña, llamada “chinguirito” (nótese la diferencia). La bebida pronto saltó el océano y desde Latinoamérica se recibió con alegría en España. Tras estar durante un tiempo prohibida alegando motivos de salud, a principios del siglo XIX se autorizó.

En el artículo “Viaje por España. Huelva”, del 1 de febrero de 1895 en el diario El Liberal, se ensalzaba un aperitivo compuesto por “chiringuito y almejas recalentadas”. Aquí ya había saltado el desliz fonético y desapareció el “chinguirito”. Artigas apunta que la bebida se hizo popular y donó su nombre a los locales playeros donde habitualmente se servía.

En cuanto al primer sitio que se hizo llamar “chiringuito” tampoco la historia de Sitges parece ser el origen de estos locales. Sin ir más lejos muchos años antes en el Muelle de la Paz, en el puerto de Barcelona, ya existía el Bar Chiringuito. Era conocido por su clientela aficionada a todo tipo de bebidas espirituosas y por las broncas que traían consigo los excesos.

En la costa andaluza los establecimientos de las playas que servían “pescaíto” frito y adornaban la arena con espetos de sardinas se llamaban merenderos o en su defecto ventorrillos, fue el turismo el que impuso la palabra mágica: chiringuito. Así que sucumbieron también a la cuatrisílaba de moda.

Feliz verano.

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