Como apasionada del arte y su historia siempre me he preguntado, si pudiera elegir, que obra de un grandísimo artista pondría en mi salón junto al televisor.
Por supuesto se me va la pinza y pienso en colocar ‘La Primavera’. de Botticelli de cabecero sobre mi cama de 90. O disparates así. Pero siendo sensata, jejejejeje, siempre vuelvo a la misma artista, Tamara de Lempicka. Creo que le pasa a mucha gente. Me fascina y no sabría explicar por qué. E, incluso, a la misma Madonna, la cantante, le dio por comprar obra de esta magnífica artista y ya generó en mi la peor de las envidias.
Tuve el privilegio de leer su biografía de la mano de una tremenda escritora, Laura Claridge. En ella no solo descubres a la artista, su vida, sus oscuridades, sus trabajos, si no también la maravillosa época que le tocó vivir. Especialmente, los años 20 en el París de entre guerras. Yo que soy de por sí muy impresionable y ya sabiendo algo del tema; la agitación cultural, el nivel artístico, las noches y los cafés del París de esa época, no pude más que aturullarme sobremanera como aquella gente vivió y como de bien se lo pasó. Los detalles de las fiestas, los desmadres, el hedonismo, la creatividad, la libertad con la que se movían y vivían, me pareció maravilloso. Y pensé, qué ingenuos ahora, creemos que hacemos raves, orgías y afters y cosas de esas y en realidad no le llegamos en movidas ni a la suela de los zapatos.
La conjunción de talento y de otras virtudes en la época, a parte de las ya conocidos topicazos sobre las sobredimensión y las ganas de vivir el momento tras la primera Gran Guerra se muestran muy bien en la biografía, un esplendor cultural combinado con desmadres sociales y con mucha clase para desmadrarse. Porque hasta para desmadrarse hace falta clase.
Salones de fiestas continuas donde cócteles de todo tipo se creaban en homenaje a cualquier ocasión, país o persona. Todo el mundo conoce mi pasión por el Manhattan, lo descubrí en Madrid en uno de los mejores locales “de toda la vida”, donde todo se elaboraba con buen gusto y precisión. Creo que hemos perdido el buen gusto por los buenos cócteles, y puedo afirmarlo porque yo fui propietaria de un bar. Ahora no se busca una fina combinación de sabores, si no un entramado de subidón rápido y alcohol malo. Lo que son “las copas”. En cualquier caso cada uno que beba lo que quiera, yo sigo con mis Manhattans y, sobre todo, porque cuando saboreo uno me siento una Lempicka entrando en un salón con un intenso vestido verde, saludando llena de frivolidad a todo el mundo con su kintico en la mano.