TOMÁS ZAMORA

Al pie del fogón

La puesta de largo de Bermet

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¡Qué ilusionada iba! Le extrañó estar convocada para un evento tan importante, ya que acudieron de los mejores rincones del mundo: Burdeos, Jerez, La Rioja, el Priorato, Borgoña… y de países emblemáticos como Italia, Portugal o Alemania. Por supuesto confirmaron su asistencia las mejores botellas de Champagne como Henri Abelé y Heidsieck & Co. No faltaron representaciones de la Veuve Clicquot y Juglar.

Y allí estaba ella, vestida con su flamante etiqueta, el nombre en carmesí, “Bermet”, coronada en dorado su bodega: “Kis Vinarija 180”, estilizada y finita, de vidrio impoluto. Pero, ¿qué hacía esta humilde botella serbia en un evento tan señalado?

Más de dos mil botellas de vinos y espumosos para dos mil doscientas personas.

Nuestra botellita de Bermet sabía que no saltaría al campo a competir con las botellas famosas y empoderadas, que se reservaban para maridar con los platos principales. Esa noche del 14 de abril el menú de la cena presentaba como entrantes ostras, consomé Olga al Oporto con vieiras laminadas y langostinos con salsa de espárragos. Los primeros platos consistieron en merluza en salsa de naranja y espárragos, magret de pato con mermelada de tomate y patata, lomo de buey con patatas château y cordero en salsa de menta. En los postres, nuestra coqueta amiga triunfaría, sin lugar a duda, al ensalzar y acompañar el sabor de platos como el pudin Waldorf, los melocotones en gelatina de Chartreuse o el helado francés.

Lo que quizá desconoce nuestra humilde botella es que el vino aromático que contiene se elabora desde hace cientos de años, en las afueras de Belgrado, aprovechando las fértiles tierras del parque nacional de Fruska Gora. Las familias de la zona producen el vino siguiendo secretas recetas que van pasando de padres a hijos, aunque básicamente para el tinto usan las uvas Cabernet Sauvignon y Merlot, y para el blanco Rhine Riesling. La clave está en las especias, que pueden llegar a la treintena, y que otorgan a estos vinos un sabor único.

Cuentan que la emperatriz María Teresa de Habsburgo era una gran aficionada a este vino y que lo compraba por toneles.

¿Saben ya a qué evento me refiero con las pistas que he dado?

Sigamos con la trama: en el siglo XIX dos navieras se disputaban el prestigio y el liderazgo del transporte marítimo de pasajeros y mercancías. Una era la White Star Line y la otra la Cunard Line. Joseph Bruce Ismay, presidente de la White Star Line, cenaba una noche de 1907 con William James Pirrie, que era el mandamás de un astillero que aún hoy día tiene su sede en Belfast y que además es propiedad de Navantia.

Según un curioso artículo de M.ª Carmen González, Ismay reconocía que la Cunard Line era imbatible en velocidad surcando aguas saladas. Por tanto, decidió apostar por la estabilidad y majestuosidad en el diseño de los barcos y, alzando la copa, retó a Pirrie: “Constrúyame un barco estable que no perturbe el sedimento de estos refinados vinos”.

Fruto de esa velada nació un trasatlántico de pasajeros de cincuenta mil toneladas, cincuenta y tres metros de altura y casi trescientos metros de eslora. Capaz de navegar a 42 km por hora (22,5 nudos para los “lobos de mar”) gracias a sus cincuenta y cinco mil caballos de fuerza. A toda máquina, rajaba el mar desplazando a su paso cincuenta mil toneladas de agua. Era “el objeto móvil más grande jamás creado”.

¿Adivinan ya? Era el Titanic.

A 3.800 metros de profundidad, al sureste de Terranova (41.7325º N, 49.9469º W), sin luz y conservada entre los 0º y 1º de temperatura, está nuestra botella de Bermet. De Di Caprio no se sabe nada, creo que al final se salvó.

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