Ya están aquí los primeros resoplidos de calor, al entrar de la calle al portal de casa. No vienen solos, también es tiempo de brevas. Y no son los primeros frutos que la higuera nos ofrece, son los últimos de la temporada pasada que quedaron latentes durante el otoño e invierno. Son los “repetidores” del curso anterior.
Sobre la madera antigua, las infrutescencias se asoman con los primeros calores del estío. Las yemas que permanecieron latentes pero alimentadas por el árbol, cuando las condiciones son propicias, hacen que esos siconos terminen por dar sus frutos.
Las brevas son más gordas que los higos que vendrán a final del verano. Presentan una piel más basta y de sabor menos dulce. No piensen que este milagro de aguantar el fruto de un año a otro ocurre en todas las higueras, sólo las bíferas o breveras permiten esta doble cosecha. Es muy inusual esta forma de dar frutos, con dos escasas cosechas muy separadas en el tiempo, pues los higos que vienen a finales de agosto y no maduren y queden latentes, serán brevas ocho o diez meses después. De aquí viene el dicho “de higos a brevas”.
Los mercados se llenan, en estas fechas, de brevas para regocijo de los paladares más selectos. Se conservan poco tiempo y su consistencia es muy blanda y friable, quizá por eso a los zagalicos ñoños y llorones se les llama “brevas”, en nuestra Murcia.
Cuenta la leyenda que, en la antigua Roma, Catón el Viejo quería convencer al Senado de que había que atacar Cartago porque se encontraba demasiado cerca de Roma y esto suponía una amenaza, así que cogió unos higos en Cartago y los trajo en perfecto estado a Roma, con lo que les quedó claro que estaban muy cerca, a dos o tres días de marcha, y empezaron la Cuarta Guerra Púnica.
También ha sido tratado de breva, de forma cruel, el pecho maduro, desinflado y falto de turgencia de algunas señoras entradas en años.
La antigüedad de estos frutos es incalculable, no me voy a entretener en explicar que hay fósiles de higueras en el valle del Jordán que datan de 9400 años a. C., porque por todos es bien sabido que Adán y Eva escondían su pudor con hojas de parra…
Los higos, en general, han tenido grandes forofos como la mismísima Cleopatra, que pereció al echarle mano a una cesta de higos donde se escondía una serpiente venenosa. Platón y otros filósofos griegos como Diógenes no ocultaban su debilidad por este fruto. Otro ejemplo: el príncipe Siddhartha Gautama se sentó en las faldas de un árbol a meditar hasta llegar al más alto grado de iluminación y convertirse en el mismísimo Buda, ¿adivinan? Pues sí, era el Árbol de Bodhi, una variedad de higuera.
Como pueden ver, higos, brevas e higueras han tenido encarte en la historia de las civilizaciones y las religiones. Curiosamente, el único milagro destructivo que se le reconoce a Jesús es el que explica san Marcos, y tiene por protagonista a una higuera. ¿Se lo cuento? Una mañana Jesús y sus discípulos paseaban por Betania, una aldea situada en la ladera oriental del Monte de los Olivos, y al maestro le dio hambre; se dirigió a una higuera que se encontraba sin frutos, en ese tiempo “de higos a brevas”. Jesús se enfadó y aunque Marcos le hizo ver que estaban fuera de temporada, maldijo a la planta diciendo “¡que nunca nadie coma frutos de ti!”. Al día siguiente, al volver del Templo de Jerusalén, volvieron a pasar junto a la higuera que se había secado por completo (Marcos, 11,12-26).
Por último, una recomendación, prueben el sorbete de brevas.